Signos: 1)
Territorios originales y expansión del Imperio bizantino en época de
Justiniano; 2) Zona de defensa respecto a los Sasánidas; 3) Irradiación
comercial y económica de Bizancio; 4) Presión de los pueblos eslavos; 5)
Expansión del reino francomerovingio.
Nos hallamos ya en pleno siglo VI.
Las oleadas bárbaras han sumergido por completo el antiguo imperio
mediterráneo de Roma, salvo una porción en Oriente que se mantiene incólume:
el Imperio bizantino. En esencia lo constituyen los Balcanes y Grecia,
Asia Menor, Siria y Egipto, o sea una combinación afortunada de bastiones militares,
feraces tierras agrícolas y grandes emporios comerciales.
Este Imperio no sólo opuso tenaz
resistencia a las invasiones germánicas y asiáticas (signo 2), sino que logró
rehacerse, y bajo Justiniano incluso intentó la restauración imperial en
Oriente (signo 1). En efecto, las tropas de este emperador se adueñaron del
reino vándalo y de sus posesiones marítimas, arrebataron Italia al poder
ostrogodo y se establecieron en el Mediodía de la península hispánica,
aprovechando las luchas intestinas por la corona visigoda. Este esfuerzo militar
fue acompañado por una activa irradiación comercial y económica (signo 3), al
mismo tiempo que reverdecían las artes y el derecho.
Los lombardos, quienes
invadieron Italia, y el alud de los pueblos eslavos (signo 4),
redujeron y comprometieron la obra de Justiniano. La restauración del
imperio único mediterráneo se reveló imposible, tanto más cuanto existían grandes
divergencias espirituales y religiosas entre Bizancio y Roma.
Por otra parte, en Occidente aparecía una nueva gran potencia hegemónica: el
reino franco, que desde sus núcleos en Reims, Soissons, Orleans
y París, había irradiado en todas direcciones (signo 5), englobando toda la
Galia, más Baviera y Turingia, en Alemania.