ORO Y PLATA EN EL PERÚ DE LA CONQUISTA

 

3.- Los tesoros del Perú

 

         Llegados al Perú los conquistadores encontraron que sus más esperanzados sueños no eran sino mezquinas ilusiones de lo que fue la realidad.  Aunque Tumbes resultó no ser la ciudad de piedra que había pintado Pedro de Candia, allí, después de un inicial desencanto, hallaron algunas piezas de oro que les devolvió la confianza en la empresa.  Las noticias comenzaron a llegar y en todas ellas estaba presente el oro, aún en las relativas al peligro que les aguardaba. El origen de los Incas, por ejemplo, estaba en "una gran laguna que allí hay, llamada Titicaca" de donde surgieron unos hombres muy belicosos " los cuales andan tresquilados y las orejas oradadas y metidas en los agujeros unos pedazos de oro redondo con que los van ensanchando." [1]

 

          Así, con mucho temor pero con un deseo de riquezas aún mayor, el 8 de noviembre de 1532 marchó la hueste hacia Cajamarca en pos del Inca. Llegaron el día 15 y encontraron Cajamarca abandonada. De inmediato vieron, sin embargo, el campamento de Atahualpa en Pultumarca que por su tamaño y por la cantidad de guerreros les pareció el del Gran Turco. Pizarro envió de inmediato una embajada de veinte hombres al mando de Hernando de Soto con la intención de invitar al Inca a cenar con él en Cajamarca para luego, teniéndolo alejado de los suyos, capturarlo. A poco de salida la embajada, temiendo que no fuesen suficientes, envió una nueva cabalgada a las órdenes de su hermano Hernando Pizarro. Llegados a Pultumarca y tras algunos momentos de tensión por la demora de Atahualpa en aparecer y por las brabuconadas de Hernando, Se hizo presente el Inca y ofreció a los capitanes sendos vasos de oro conteniendo chicha, la bebida de maíz tradicional de los Andes. Prudentemente los dos españoles rechazaron el ofrecimiento aduciendo que ayunaban a lo cual Atahualpa contestó que él también ayunaba pero que la chicha de maíz no rompía el ayuno, y de inmediato bebió de ambos vasos para demostrar que no estaban envenenados. La invitación a cenar hecha por los españoles no fue aceptada por el Inca, quien dejó en claro que estaba enterado de todos los desmanes cometidos por los conquistadores desde su llegada a tierras peruanas, y ofreció ir al día siguiente hasta Cajamarca a cobrarles todo aquello que habían tomado en su marcha.

 

         La noche fue de terror y el día siguiente, 16 de noviembre, fue de espanto. El Inca llegó a la plaza con gran compañía en una litera de oro, la joya que escogería para sí Francisco Pizarro al momento del reparto. Jerez ha dejado una descripción espléndida de lo que vieron ese día los conquistadores.

 

 

"…venía mucha gente con armaduras, patenas y coronas de oro y plata. Entre estos venia Atabalipa en una litera forrada de plumas de muchos colores, guarnecidas de chapas de oro y plata. Traíanle muchos indios sobre los hombros en alto. Tras de esta venían otras dos literas y dos hamacas, en que venían otras personas principales; luego venía mucha gente con coronas de oro y plata." [2] 

 

         El temor infundió valor a la hueste y al caer el día el Inca era ya prisionero. A la mañana siguiente Pizarro mandó a Hernando de Soto a saquear el campamento de Pultumarca de donde volvió con gran cantidad de oro. Notando el interés que mostraban los españoles por los metales finos, Atahualpa conferenció largo con el Gobernador y luego de explicarle la situación del Tawantinsuyo ofreció por su liberación un cuarto lleno de oro y dos llenos de plata.  Tan pronto Pizarro aceptó el trato comenzaron a llegar caravanas cargadas de piezas de metal para cumplir la oferta. José Antonio del Busto cita un poema contemporáneo al respecto:

 

         "Atabaliba está preso,

         está preso en su prisión;

         juntando está los tesoros

         que ha de dar al español.

         No cuenta como el cristiano,

         sino en cuentas de algodón.

         El algodón se le acaba

         pero los tesoros no." [3]

       

         En vista de que los tesoros llegaban más lentamente que lo que esperaban los conquistadores, marchó Hernando Pizarro a Pachacamac  con el fin de sacar de ese importante templo de la costa las riquezas que allí había, mientras tres soldados voluntarios avanzaron hasta el Cusco con el mismo fin. Ambos grupos estaban acompañados de mensajeros del Inca que servían a la vez de guías y de garantía ante las autoridades locales. Las descripciones de los tesoros descubiertos tanto en la capital Inca como en el santuario fueron fabulosas. En Pachacamac Hernando fue bien recibido y atendido, pero en vista que el oro que se le presentó era poco exigió ser llevado a los aposentos del dios Pachacamac.  El Cronista Estete cuenta que para llegar al lugar que guardaba al ídolo subieron a la parte más alta del templo y allí había:

 

"...un patio pequeño delante de la bóbeda o cueva del ídolo hecho de ramadas con unos postes guarnecidos de hoja de oro y plata... Abierta la puerta y queriendo entrar por ella, apenas cabía un hombre , y había mucha oscuridad y no muy buen olor. Visto esto trajeron candela; y así entramos con ella en una cueva muy pequeña, tosca, sin ninguna labor; y en medio de ella estaba un madero hincado en la tierra con una figura de hombre hecha en la cabeza de él, mal tallada y mal formada, y al pie y a la redonda  de él muchas cosillas de oro y de plata ofrendadas de muchos tiempos y soterradas por aquella tierra." [4]

 

         Hernando Pizarro luego de ver el ídolo lo saco y "quebrantó" causando espanto entre los habitantes de Pachacamac quienes creyeron que se destruiría el mundo. Impresionados y temerosos sin embargo los curacas de la región de quien se atrevía a tanto, no demoraron en llegar a Pachacamac con sus ofrendas. Pronto estuvieron ante Hernando con sus cargas de oro y plata los señores de Malaque, Huaro, Hualco, el de Chincha "con diez principales suyos", el de Guarva, el de Colixa, el de Sallicaimarca y otros principales. Juntando entre lo que sacaron del templo de Pachacamac y lo que estos señores trajeron, un total de noventa mil pesos. [5]

 

          Los tres soldados que fueron al Cusco fueron dos infantes, Pedro de Moguer y Martín Bueno, y el escribano Juan Zárate. A su regresó a Cajamarca Zárate informó que se había tomado posesión de la capital Inca en nombre de Su Majestad y que luego la recorrieron y reconocieron, encontrando que:

 

"…una casa del Cuzco tenía chapería de oro, que la casa es muy bien hecha y cuadrada, y tiene de esquina a esquina trescientos y cincuenta pasos, y de las chapas de oro quitaron setecientas planchas, que una con otra tenían a quinientos pesos, y de otra casa quitaron los indios cantidad de doscientos mil pesos, y que por ser muy bajo no lo quisieron recebir, que ternía a siete o ocho quilates el peso." [6]

 

         Más adelante el mismo cronista, Francisco de Jerez, hace otras referencias a las riquezas del Cusco y de sus alrededores que tanto sorprendieron a los castellanos que participaron en la conquista y que él anota para impresionar a los que quedaron en casa. Cuenta por ejemplo que en un lugar cercano al Cusco había dos casas hechas de oro, y luego cuenta  que entre las piezas que se llevaron a Cajamarca "trajeron algunas pajas hechas de oro macizo con su espiqheta hecha al cabo, propia como nace en el campo" y aunque opina que tratar de describirlas todas sería de nunca acabar no puede sustraerse de la tentación de comentar:

 

         "...fuentes grandes con sus caños corriendo agua, en un lago hecho en la mesma fuente, donde hay muchas aves hechas de diversas maneras, y hombres sacando agua de la fuente, todo hecho de oro." [7]       

 

 

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[1].- Ibid. p.537.

[2].- Jerez, Francisco. Ob.cit. p.

[3].- Busto, J.A. del.  1978. Ob.cit. p.77.

[4].- Ibid. p.64.

[5].- Jerez, Francisco de. Ob.cit. p.98. Nota: Se ha trascrito "Señor de Huaro de acuerdo a la nota al pie de página, pero en el texto dice "Señor de Hoar".

[6].- Ibid. p.109.

[7].- Ibid. p.112.