Los jeroglíficos más antiguos datan de fines del IV milenio, figuran como anotaciones a escenas grabadas en lajas de pizarra tumbales y votivas y algunos de sus signos ya tienen valor directamente fonético. Del análisis de las primeras apariciones jeroglíficas se desprende que surgieron para añadir concreción a representaciones gráficas, para indicar, por ejemplo, que la escena de caza o guerra representada era una ocasión particular, específica, concreta, añadiendo el nombre del lugar. A comienzos de la Dinastía I (h. 2925-2775) se añaden antropónimos y títulos de rango a imágenes de individuos. Las llamadas tablillas analísticas de las dos primeras dinastías fueron representaciones gráficas de acontecimientos del año con adición de nombres de personas determinadas, lugares y sucesos. Ej.: junto a un triunfo del rey se anota ÒPrimera vez en que se derrota a los libiosÓ). A la vez, la escritura se emancipa y empieza a aparecer sola, sin acompañamiento icónico, sobre todo en sellos cilíndricos cuya impronta se aplicaba a la arcilla aún blanda de los tapones de las vasijas, que garantizaban su contenido y lo consignaban, así como su destino o su custodio. Hay jarras de vino donde se menciona el viñedo de procedencia y el destino o embarque previsto, junto con el nombre del faraón reinante. A finales de la Dinastía II aparecen las primeras frases completas en inscripciones sobre soporte duro; pero se conoce un rollo de papiro de la tumba de un alto funcionario que prueba que textos largos pudieron haberse escrito tiempo atrás, quizás desde comienzos de la Dinastía I, aunque no se hayan conservado por estar en soportes perecederos.
Escritura y arte.
La forma de
los jeroglíficos arcaicos (Dinn. I y II) se corresponde del todo con el
estilo artístico de la época. Algunas formas jeroglíficas quedaron
enseguida fijadas para siempre en una única perspectiva o modalidad,
como la mano (sólo representada del lado de la palma) o la boca (vista
de frente), aunque las proporciones fueron variables. Elcanon de la
escritura egipcia se advierte ya en la Dinastía III y variaría muy poco
durante la largavida que tenía por delante. Los signos son en su
mayoría seres vivos, enteros o fragmentarios, u objetos, por lo que la
escritura jeroglífica mantuvo siempre cercanía con el arte y el dibujo,
máxime cuando fueron los mismos artesanos que decoraban con escenas los
que ejecutaban la escritura. La separación entre escritura y arte
empezó a producirse cuando aquélla alcanzó una estandarización
suficientemente completa que tendió a la permanencia. Un ejemplo típico
es el rostro humano en perspectiva frontal, apenas aceptada en los
relieves y pinturas desde muy pronto, pero que permaneció como signo
jeroglífico. Lo mismo sucedió con los signos en forma de ciertos
utensilios (como armas primitivas) que dejaron de usarse en la vida
diaria, pero que siguieron formando parte del jeroglífico, aunque, a
veces, vieron deformado su aspecto precisamente porque nadie conocía ya
el objeto real originario del signo.
Así y todo, siempre hubo un aire de familia entre el arte de cada
periodo y su escritura dibujística, que también reflejaba la tendencia
de la moda artística a una mayor estilización o un mayor realismo, por
ejemplo.
Soportes. El jeroglífico aparece en toda clase de contextos, inscrito
en monumentos pétreos, en alto y bajorrelieve, pintado, en metal, ya
fundido, ya inciso, o en madera, siguiendo las mismas técnicas
artesanas de la modalidad respectiva, de forma que puede decirse que
los escribas jeroglíficos eran los mismos artistas que creaban el
contexto en que aparecía esta escritura. Ellos, pues, fueron los
autores materiales de los textos sobre las paredes de templos y tumbas,
sobre estelas conmemorativas, estatuas, sarcófagos, vajillas y
utensilios. El jeroglífico se usó mucho para textos profanos, como
inscripciones históricas, canciones, documentos legales o técnicos, y
para textos religiosos como rituales de culto, narraciones de mitos,
himnos, inscripciones mortuorias y plegarias. Tales inscripciones eran
una escritura monumental ornamental, incómoda para su uso en los
quehaceres cotidianos. Por ello se desarrolló la escritura llamada
hierática, especie de forma cursiva y simplificada del jeroglífico,
resultante del empleo del pincel y la tinta sobre superficies blandas
(como el papiro y la madera) o las lajas de caliza sobre las que se
escribía también.
Religión.
La influencia directa
de las ideas religiosas sobre la escritura jeroglífica se redujo a dos
casos. En el III milenio, ciertos signos quedaron suprimidos o
deformados en las inscripciones funerarias por temor a que los seres
vivos representados pudieran dañar al indefenso difunto. Así sucedió
con algunas figuras humanas y animales, como las escorpiones y
serpientes. El segundo caso es más general: ciertos símbolos de
significado religioso especial, en todas las épocas, figuraron siempre
en primer lugar en el seno de una palabra, aunque debieran leerse en
posición posterior. Tal sucedió con los signos que significaban dios o
cierto dios en particular y con los signos del rey y del palacio. Por
ejemplo, la palabra Òsirviente de diosÓ (= sacerdote), se escribía en
orden inverso, para que ÒdiosÓ apareciese en primer lugar . La religión
atribuyó la invención de la escritura al dios Thot. La idea de su
carácter sacro parece que fue creciendo: al comienzo, los jeroglíficos
fueron llamados sencillamente escritura o dibujo. Pero en la Baja Época
egipcia se les denomina Òescritura de las palabras divinasÓ.
Usuarios.
Nunca hubo en Egipto
muchas personas capaces de leer . Lo hacían quienes necesitaban hacerlo
para desempeñar su tarea: funcionarios, médicos y sacerdotes, sobre
todo, así como los artesanos que debían llevar a cabo las
representaciones jeroglíficas en monumentos, etc. En tiempos tardíos,
bajo la hegemonía cultural grecorromana, el jeroglífico quedó reducido
al uso en los templos. Bajo los Ptolomeo (305-30 a. C.), incluso, la
comunidad egipcia, por contraste con la griega y la judía, adscribió al
jeroglífico una fuerte significación autoctonista. La situación cambió
con la difusión del cristianismo en los siglos II y III: el
cristianismo triunfó sobre el politeísmo egipcio, tan vinculado a la
tradición jeroglífica, que decayó al mismo tiempo que las viejas
creencias, en favor de la escritura griega en la que se difundía el
cristianismo por el Mediterráneo. El egipcio, de mano de los
cristianos, pasó a ser escrito en una modalidad peculiar del alfabeto
griego con siete signos añadidos para sus sonidos peculiares. Tal fue
el final del jeroglífico, cuyo último testimonio conocido es una
inscripción rupestre en la isla de Philae, fechada el 29 de agosto del
394, bajo Teodosio el Grande. Tanto esa nueva escritura como la
modalidad tardía de la lengua egipcia que ella conservó (y que aún
perdura en la pequeña cristiandad egipcia) reciben el nombre de copto.
Características.
Un signo puede representar el objeto dibujado o representar su valor
fonético. Es decir, es un ideograma (o logograma) o un fonograma. En el
segundo caso, el mismo signo puede representar voces homófonas. En
principio, se prescinde de los sonidos vocalicos (e, incluso, al
principio, de los semivocálicos), lo cual ofrece más posibilidades de
empleo de un signo para representar sonidos que tengan las mismas
consonantes en igual orden. Así, ÒmaderaÓ se representa con una rama
seca y vale por las consonantes ÒhtÓ (nombre de la madera en egipcio) .
Cualquier otra palabra que tenga como consonantes h + t puede ser
escrita con el dibujo de la rama seca. Así, ht (después), hti
(retirarse) o hti (tallar). Cuando surgían dudas, como en el caso de la
frecuente secuencia consonántica m + r, que podía representarse con los
dibujos de una laya, un cincel o una pirámide, cada signo se usaba para
una finalidad específica, para un ámbito semántico particular. Así, la
laya se especializó en significar el radical ÒmrÓ = amor y sus
derivados; el cincel, para la raíz ÒmrÓ = estar enfermo; y la pirámide
para la familia ÒmrÓ = pirámide . Hubo también casos en que la
semejanza de un signo con otro (los del fémur y la tibia, por ejemplo)
les hizo converger y de ello nacieron ambigŸedades o ambivalencias.
Algunos signos, aunque escasos, mantuvieron dos y, más raramente, hasta
tres lecturas distintas en egipcio clásico. Con este sistema pudo
representarse un gran número de palabras. Pero existían otras cuya
serie consonántica no era compartida por ningún nombre de objeto
dibujable. Tal, por ejemplo, la palabra ÒfuerteÓ, que era nht. En tales
casos, se descomponía en otras dos y se recurría a un signo que
representase la n (el del agua, nwy) y otro para la pareja ht (la
madera), de forma que ÒfuerteÓ se escribía Òsigno del agua + signo de
la maderaÓ .
Otras dificultades se resolvieron con dos clases de signos
complementarios que aclaraban el valor fonético o el campo semántico.
Para aclarar el valor fonético, se escribían dos veces las mismas
consonantes, recurriendo a signos distintos, para que no hubiese dudas,
sobre todo si el signo que podía suscitarlas constaba de dos o de tres
consonantes y podía ser confundido con otro. En esos casos, es evidente
que sólo había de leerse un único resultado, como en el caso de mr =
cincel = estar enfermo, aclarado previamente por un búho (= m) y una
boca (= r) . En estos casos, los signos monoconsonánticos se entendían
como una mera aclaración, una nota que facilitaba la lectura correcta
del signo plurilítero, tal y como sucedía con ht = madera, a cuyo signo
típico (rama) podían añadirse, para aclaración, dos monolíteros con
valor h y t . El segundo tipo de aclaración se producía con los que hoy
llamamos determinativos, sin valor fonético, que se incluían para
indicar un campo semántico. Así, hti con el significado de grabar
llevaba detrás el dibujo de un cuchillo, pero hti con significado de
retirarse llevaba dos piernas marchando de vuelta . Aunque de este modo
complejo, el jeroglífico fijó así la manera de representar cada palabra
y añadió las desinencias o flexiones tras el determinativo, de modo
que, aunque de forma intrincada, el jeroglífico pudo representar de
forma inequívoca la totalidad de las palabras egipcias y de las formas
particulares y derivaciones de éstas. Los signos fueron, pues, de tres
clases: ideogramas, fonogramas y determinativos. Las dos primeras
clases, con valor fonético (el ideograma, con plena significación; el
fonograma, como aclaración del sonido del ideograma) y la tercera, como
acotación de campo semántico. (Nótese que un mismo signo puede actuar
como ideograma o como fonograma, lo que se deducirá de su contexto.
Madera, ht, puede ser ideograma, en cuyo caso, el dibujo de la rama
significa madera; pero puede ser fonograma, si se emplea , tras el
signo n, para representar meramente el grupo ht en la palabra nht =
fuerte). El número de signos fue de unos setecientos, que aumentaron en
la Baja Época (desde el 600 a. C.) por la proliferación de
especialistas innovadores. La escritura egipcia no usó signos de
puntuación. Los nombres de los reyes están rodeados por el llamado
cartucho, una protección mágica, un cerco de cuerda que amparaba al rey
del efecto de los maleficios. El texto jeroglífico tiene el principio
de la línea en la dirección a la que miran los dibujos de seres vivos.
Es más frecuente la dirección de derecha a izquierda del lector.
Aprendizaje.
El aprendiz de
escriba debía estudiar el conjunto de signos por el que se representaba
una palabra como un todo, aprendido de vez, sin descomponer sus
elementos. La tarea era más dificultosa, al ser tan primaria, pero fijó
muy pronto el léxico escrito clásico, que apenas varió, y ayudó a que
la lengua hablada quedase también más inalterable que en otras partes.
Las faltas de los alumnos en los ejercicios conservados (en papiro) han
ayudado a comprender la evolución fonética del egipcio hablado: pues si
el alumno oía una palabra que desconocía, la escribía con signos que
conocía y que reproducían su sonido real o aproximado, pero cuyo
resultado era erróneo, pues el jeroglífico ya había constituido,
independientemente de su oprigen fonético, un sistema en el que cada
palabra, independientemente de su sonido real, era ya un grupo cerrado
e inalterable de signos.
Desde mediados del III milenio y, sobre todo, desde el Imperio Nuevo
(h. 1539), hay signos jeroglíficos de apariencia anómala, carentes de
los grupos típicos que forman las palabras y con muchos signos que no
responden a la escritura normal. Se trata de textos criptográficos,
relativamente abundantes, y que despistaron a los investigadores, pero
que parecen haber sido compuestos como ejercicios o pasatiempos, en los
que, a menudo, la lectura concluye con un ruego del inventor: que se
diga una oración en su favor. En suma, vienen a utilizar los mismos
principios originarios del jeroglífico, pero componiendo conjuntos y
combinaciones que el jeroglífico pudo haber utilizado y, de hecho, no
empleó. Por ejemplo, dibujar una boca no en vista frontal, sino de
perfil, pero asignando al nuevo signo el mismo valor fonético de la
boca vista de frente . O usar el signo de un hombre cargado con un
cesto sobre la cabeza (que en jeroglífico usual es siempre
determinativo, sin valor fonético) para representar el valor f,
normalmente asignado al signo de una víbora cornuda, aprovechando que
ÒacarrearÓ se pronunciaba f3i (e ignorando las dos consonantes débiles
o semivocales de la palabra). El principio se había usado para la
creación de algunos signos clásicos ya en el 3000 a. C. . Estos textos
demuestran que, no obstante el aprendizaje del sistema cerrado, muchos
usuarios tenían conciencia analítica de los principios y fundamentos
del jeroglífico histórico.
Desarrollo.
Su resumen puede
hacerse así. Inicialmente, se crean los símbolos imprescindibles, sin
fijar su forma artística definitiva. Una segunda fase aumenta la
legibilidad por el aumento de los signos, que deshace ambigŸedades y
dudas fonéticas, y por el uso de determinativos, que delimita los
campos semánticos. En un tercer momento, aunque muy tardío, crece de
nuevo el número de signos, que llega a ser de un millar hacia el 500 a.
C. La difusión del cristianismo, por razones de lengua e ideológicas,
acaba con el dominio del jeroglífico en favor del griego y del copto.
Utensilios.
El martillo y el cincel y el picel y la pintura fueron las herramientas
principales. Las formas cursivas, hierática y demótica, utilizaron
diversos útiles y soportes como la piel y el papiro. Los estilos o
plumas medían entre 15 y 33 cm, se cortaban a bisel por la punta y se
mordían para crear un pincelito. La caña de escribir, a modo de
plumilla con punta doble y flexible, es una aportación griega del siglo
III a. C.
Hierático.
Los griegos llamaron hierático (sacerdotal) al egipcio cursivo usado
para textos sacros en soportes no monumentales, escrito con punzón o
pincel, a diferencia del demótico (ÒpopularÓ) utilizado para documentos
corrientes. El hierático es un jeroglífico estilizado, no pictórico,
que acaba por no reproducir el objeto que el signo originariamente
dibujaba. Sus diferencias principales, aparte la estilización extrema
de las figuras (que son irreconocibles), es que el hierático se escribe
siempre de derecha a izquierda. (Inicialmente, en columnas verticales;
después del 2000, en líneas horizontales). El hierático usa ligaduras
entre signos distintos, aunque no suele unir más de dos, que pueden
escribirse ende un solo trazo. Es, por eso, mucho menos legible y más
propicio a la confusión, por lo que, en compensación, su ortografía fue
más rígida, tanto en el trazo como en las agrupaciones de signos que
implicaba cada palabra que, en bastantes casos, tomaron aspecto propio
y distinto de la escritura jeroglífica del mismo periodo, pues una y
otra tuvieron distintos ritmos de evolución, al estar sujetas a
problemas diferentes. El hierático usó signos diacríticos para
distinguir entre signos que, en su versión cursiva, eran iguales o casi
iguales: así, la pata de vaca se vio adornada con una cruz, pues su
forma cursiva era prácticamente igual que la de la pierna humana. La
escritura hierática era la usada para textos sagrados, que no se
escribían en demótico. Pero también se utilizó para escritos no sacros,
como cartas, inventarios o documentos oficiales. El hierático fue más
importante para la vida ordinaria que el jeroglífico y en las escuelas
de escribas se aprendía antes que éste. En el siglo VII a. C. fue
sustituido por el demótico en todas partes, excepto en la escritura
religiosa. Los últimos ejemplos conocidos son escritos de fines del s.
I d. C. o de comienzos del II.
Demótico.
Su primera muestra conocida es de comienzos de la Dinastía XXVI, hacia
el 600 a. C. Se deriva del hierático, aunque no se conocen los pasos en
detalle. El demótico es más cursivo (con más ligaduras y más fluido) y,
por lo tanto, más difícil de leer. Por eso se atiene a modelos más
rídigos, menos variables. Parece que nació al servicio de la burocracia
oficial, que usaba muchas fórmulas hechas. Pero pronto se usó para
textos literarios también, aunque pasó largo tiempo hasta que se aplicó
a textos religiosos, por razones ideológicas. El último ejemplo
conocido tiene fecha del 2 de diciembre del 425 y es una inscripción
rupestre de Philae. Por su origen tardío, acogió muchas palabras y
formas de lenguaje que no tenían tradición jeroglífica.
Desciframiento.
Con la posible, pero no segura, excepción de Pitágoras, los griegos no
entendieron la naturaleza del jeroglífico ni lograron averiguar de los
egipcios la clave de su escritura. Incluso Plotino, el neoplatónico
griego nacido en Egipto, le atribuyó significados absurdos. Nadie cayó
en la cuenta de que su principio era fonético. La única obra antiguia
conservada sobre el jeroglífico, Hyeroglyphica, de Horapolo, un
grecoegipcio del s. V d. C., sigue la tradición helénica, desacertada,
que ve en los jeroglíficos alegorías y mensajes simbólicos. Durante el
Medievo no parece que nadie se interesase por el asunto. Una copia de
la obra de Horapolo llegó a Florencia en 1422 y despertó gran
curiosidad y los artistas del Renacimiento recrearon jeroglíficos de
acuerdo con las descripciones del libro, sin reparar en que los tenían,
auténticos, en Roma misma, en los obeliscos llevados por los
emperadores romanos. El alemán Athanasius Kircher (1602-1680) intentó
descifrar el jeroglífico a partir de la hipótesis correcta de que el
copto era un estadio tardío d ela vieja lengua egipcia y de que los
signos tenían valor fonético. Pero de su desciframiento, hoy sabemos
que sólo acertó en un único signo. Accidentalmente, los expedicionarios
de 1799 que formaron el ejército de Bonaparte, hallaron cerca de Rashid
(Rosetta, en francés) una inscripción trilingŸe, con el mismo texto en
jeroglífico, demótico y griego. El texto griego decía que los otros dos
reproducían el mismo contenido. Los primeros avances los lograron el
sueco Johan David Akerblad y el inglés Thomas Young, que estudiaron
sobre todo el texto demótico pero que volvieron a trabajar sobre la
base del carácter simbólico del jeroglífico. Young acabó por comprender
que al menos los nombres propios (como Ptolomeo o Cleopatra) estaban
representados fonéticamente y que esos mismos signos jeroglíficos eran
el origen de los signos demóticos y hieráticos que los representaban.
El desciframiento completo lo hizo Jean Franois Champollion
(1790-1832) en 1822, tras muchos años de ardua aplicación. Dio valor
fonético a los signos y, algo después, también descifró numerosas
agrupaciones de los mismos (esto es, palabras propiamente dichas). Las
investigaciones posteriores confirmaron la gran mayoría de los
resultados de su trabajo.