Rodríguez Estrada, Mauro.
Psicología
del mexicano.
Mc Graw-Hill, México.
Nuestra psicología profunda
Objetivos
1. Conocer los condicionamientos profundos que mueven al mexicano a interpretar la realidad en formas peculiares, y los resortes psíquicos que más lo llevan a actuar.
2. Conocer el significado genuino y psicodinámico de algunos aspectos filosóficos, éticos y religiosos de nuestra idiosincrasia.
Base de las conductas de los individuos y de los grupos son, además de los pensamientos conscientes y claros, las emociones, las necesidades, las carencias, los conflictos. Siempre que nos encontremos ante conductas bizarras, podemos buscar la clave en los recovecos del inconsciente, con sus mil resortes y sus mil dinamismos oscuros y tortuosos.
A) La crisis de identidad. Ambivalencias
Se entiende por identidad nacional la conciencia de determinados rasgos compartidos por una colectividad, y la aceptación de un estilo de vida que incluye un peculiar sistema de normas y valores.
Obviamente en una sociedad de castas como la colonia de Nueva España, era irnposible e impensable tal identidad.
El exponente más genuino de la fusión de la raza europea e indigena, el mestizo, se consideraba hijo de puta o hijo de la chingada, es decir, de la mujer abierta, violada, burlada. Conviene notar que, en su origen, la palabra mestizo era despectiva.
¡Ardua tarea para los hijos la de identificarse con los padres y con la cultura familiar! La ambivalencia era demasiado estridente.
Y la historia se repite: así como el mexicano de Lls siglos pasados admiraba y respetaba al conquistador español, así ahora admira y respeta al conquistador yanqui; y a ambos en el fondo los detesta.
Y así también es ambivalente el sentimiento del mexicano hacia la mujer: la respeta y la rechaza; y exhibe conductas machistas cuando dice:
Y paradójicamente, de una fiesta espléndida dice que está o estuvo "a toda madre".
Además de las ambivalencias, el mexicano experimenta inseguridad, temor, masoquismo, búsqueda del anonimato, de disolverse en lo social, en el "nosotros" fluctuante e impersonal.
"El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás; lejos también de si mismo."
No permite que el mundo exterior penetre en su intimidad; por eso lo peor es rajarse; la peor ofensa que se echo en cara a alguien es que se rajó o que se quiere rajar.
Las mujeres son consideradas seres inferiores porque al entregarse se abren, se rajan.
La crisis de identidad toma las formas del disimulo y de las máscaras. Por ejemplo:
En general estas poses de dureza son mecanismos psicológicos compensatorios para tapar la debilidad, el desconcierto y la confusión.
Y si pasamos al orden político, encontramos a cada paso la mentira institucional. Parece certero un desplegado de toda una plana de Excélsior (17 de junio de 1986) firmado por Francisco Villarreal y titulado "la mentira": ". . .Somos un pueblo enfermo y la raíz de nuestra enfermedad es la mentira; hemos perdido el valor de nuestro lenguaje. . . vivimos bajo el imperio de la mentira oficial, la mentira diaria; la mentira personal de cada uno. . ."
Estudios comparativos interculturales del doctor Rogelio Diaz-Guerrero nos presentan dos cuadros interesantes por contrastantes:
O bien, como interpreta Diaz-Guerrero, el gringo es un roble, en tanto que el mexicano es un sauce.
Mientras 86 % de los gringos cree y siente que la vida es para gozarla, 63 % de los mexicanos dice que es para sobrellevarla.
¡Dos filosofias de la vida! ¡Dos mundos antitéticos!
El constante temor de perder su identidad hace al mexicano de clase popular patriotero y agresivo.
De ahí nuestra tradición de hombres armados y nuestra larga serie de militares en el poder civil. El primer paso para resolver los problemas, sobre todo los políticos, han sido las armas. Y las guerras, aun las religiosas, como la guerra cristera, son crueles e implacables.
Por fortuna existen otros recursos más positivos para buscar y afirmar la identidad nacional:
¿Será descabellada la conclusión de que somos, como pueblo, un caso psiquiátrico? Histéricos que simulamos para ser aceptados; narcisistas que nos autoidealizamos en la fantasía; esquizoides que no acabamos de saber quiénes somos; paranoides que desconfiamos de todo y de todos. . .
B) Religlosidad, superstición y magia
No hablamos tanto de la religión como institución, sino de la religiosidad como vivencia; no del hecho social (lo exterior) sino del fenómeno psicológico (lo íntimo).
Para comprender la religión del mexicano hemos de reconstruir su génesis allá en el lejano siglo XVI. Se conjugaron varios elementos heterogéneos:
Todo ello en una cultura feudal que ponía la obediencia y la sumisión por encima de todo.
El resultado lo encontramos en las características que presenta nuestra religiosidad popular:
Y como caldo de cultivo, una dependencia edípica de la diosa benévola y dadivosa. "María es el mito de un pueblo pobre, oprimido y marginalizado"-proclamaba el notable sociólogo y presbítero católico don Manuel Velázquez.
Esta religiosidad florece a la sombra de una jerarquía dogmática, conservadora, paternalista, complaciente con el sistema mientras le dé espacios para desarrollarse y pronto a reforzar los mitos; una jerarquía clemente con el pecador que se humilla y despiadada, en general, contra el que cuestiona; una jerarquía que se ufana de que el pueblo mexicano es guadalupano por esencia: "hasta los ateos son guadalupanos".
La religión popular se caracteriza por una exuberante ceromonialidad comunitaria. Particularmente significativas son las procesiones masivas a La Villa y a Chalma, cuyo objetivo es mantener buenas relaciones con las potencies sobrenaturales para protección y bienestar terrenal: ir al santuario es acercarse a las fuentes sobrenaturales de poder, como quien dice, cargar las baterias vitales.
Una incorregible dependencia psicológica; una incapacidad de afrontar los problemas y coger el toro por los cuernos, origina un clima de superstición y magia; nótese que la magia es agresiva en tanto que la superstición es pasiva: ésta se limita a evitar situaciones que se consideran dañosas o peligrosas.
Esta religiosidad popular alienante y domesticadora, tiene mucho de opio, lo cual conviene a los intereses de las clases y grupos dominantes.
El brillante psicoanalista Iguacio Millán, fallecido prematuramente, se atrevió a escribir hace 14 años: "La Guadalupana no es otra que la Malinche vestida y adornada para la nueva época, ya que ésta, la Malinche, es la madre cierta y segura de la mayoría de los mexicanos."
En México la ideología dominante es el nacionalismo: para las mayorías la nación es cultura, mentalidad, mito y mesianismo.
Encontramos en el Tepeyac una fe patriótica antes que fe religiosa; una fe psicológica antes que fe cristiana; una proyección de carencias profundas antes que una respuesta a mensajes celestiales.
C) Attitudes ante el cosmos y ante la vida. La esfera moral
"La corrupción somos todos"-se ha escrito con descaro, tal vez con verdad, en las bardas de las casas y de las fábricas.
En el panorama ético de la población mexicana destaca una nube de cinismo:
La mayoría de los mexicanos tiende a separar la esfera económica de la esfera moral. Nótese que no obstante que la base de la moralidad es cierto compromiso con la comunidad, como veremos más adelante, nuestra cultura es individualista.
D) El mexicano ante la muerte
Se dice que México es el único país del mundo en que el día de los difuntos (2 de noviembre) se celebra con fiesta ruidosa.
Para los aztecas el destino del hombre en la ultratumba no se definía por criterios éticos sino por las circunstancias de la muerte: enfermedad, parto, combate, ahogamiento. . . Para ellos había diversas "casas de muertos", no un solo cielo y un infierno como para los cristianos.
La muerte no era el final de la vida, sino una fase de un ciclo infinito. Los privilegiados eran los soldados muertos en combate y los cautivos sacrificados a quienes se tributaba el epiteto de "muertos divinos".
La vida trasciende cuando se realiza en la muerte. Existe una comunidad entre los vivos y los muertos del clan.
Llama la atención el enfoque festivo y despreocupado: la catrina, la pelona, patetas. Muchos le rezan y le presentan ofrendas invocándola como "Santísima muerte".
El mexicano frecuenta la muerte, la burla, la acaricia, la festeja, duerme con alla, juega con ella como con juguete favorito; los niños juegan con esqueletos de alambre y burro que guardan un grotesco equilibrio al bailar, con ataúdes pintados de morado; y chicos y grandes regalan calaveras de azúcar con el nombre del amigo y comen pan de muerto.
El mexicano ve a la muerte como algo vivo. La indiferencia ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida.