
Extranjeros en Egipto: extraneidad e integración
durante el Imperio Nuevo
Andrea Zingarelli
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Universidad Nacional de La Plata
azingarelli@netverk.com.ar
TE: 0221-4251106
Consideraciones preliminares
Las fronteras de Egipto se extendieron
hacia Siria-Palestina y hacia Nubia durante el período conocido
como Imperio Nuevo (ca. 1539-1075 a.C.). Esta extensión territorial implicó una
redefinición de las relaciones políticas, sociales, económicas
y culturales, ya que este proceso dio lugar a un contacto
directo sin precedentes entre poblaciones distintas.
La fraseología relativa a la prolongación
del dominio del faraón se hizo evidente a partir de la dinastía
XVIII (ca. 1539-1295/92): “para extender las fronteras de Egipto”,
“ensanchar la frontera”.
En efecto, se destaca el hecho que el faraón
usaba “su poder” y “su fuerza” sólo contra las tierras extranjeras. Esta exaltación de la fuerza estaba
en cierta medida legitimada en los estados de la antigüedad.
En este sentido, la guerra y la toma de cautivos formaban
parte del cotidiano devenir de la monarquía egipcia durante
el Imperio Nuevo.
En el marco de los estudios que plantean
la integración no conflictiva de cautivos, Menu considera
que “a pesar de una propaganda ligada a la ideología dominante,
el extranjero en el Egipto faraónico es tratado exactamente
como un egipcio, a partir del momento que deviene
en egipcio”.
En este sentido, puede reconocerse
una imagen dicotómica del extranjero en fuentes epigráficas
de la realeza y en fuentes legales, literarias, entre otras.
En el primer tipo de fuentes el extranjero es asociado al
caos y a la capacidad de faraón de establecer el orden;
al plano de la legitimación política o al estadio previo
a su entrada a Egipto; en el segundo tipo de fuentes se
vislumbra su participación en situaciones de la vida social
y legal; al plano de su inserción social y su status legal.
1) En la documentación egipcia del
período se exaltan las acciones impulsadas por el faraón
más que los contactos pacíficos con poblaciones extranjeras.
Como Bresciani afirma “Para evitar cualquier riesgo,
el reino del faraón era protegido oficial y ritualmente
contra los extranjeros que se resistieran a formar parte
del más feliz de los Estados imaginables, Egipto (...)”.
Esta protección fue acompañada desde el Reino Antiguo por
la justificación “en clave mitológica” de la oposición entre
Egipto y sus vecinos: el reino de Horus donde gobierna el
orden y el reino de Seth, el gobierno de los países extranjeros. Sin embargo, puede reconocerse un cambio
en la concepción egipcia del extranjero a partir del Imperio
Nuevo: la supremacía egipcia se tiñe de un carácter universalista.
Por cierto, en el himno a Atón se proclama que el dios ha
creado a los países extranjeros, Siria, Nubia y la tierra
de Egipto y que “el
Nilo del cielo es para los pueblos extranjeros”.
El carácter inclusivo de las relaciones entre Egipto
y los extranjeros se registra también en el ámbito funerario
real a partir de la dinastía XVIII. En conjunto, se destaca
el centralismo egipcio pero se incluye a los extranjeros
en la órbita cósmica antes exclusiva de los dioses, difuntos
y vivos egipcios.
2) La relación de Egipto
y sus vecinos difiere de acuerdo a la historia previa, la
forma de contacto y la procedencia social de los foráneos.
Además de sus conquistas en Levante y Nubia, Egipto se enfrenta
con los Pueblos de Norte y del Mar cerca de su frontera
territorial (Inscripción de Medinet Habu) y sufre los embates libios especialmente
durante la dinastía XIX. Es llamativo que el “problema libio”
haya sido percibido por los egipcios como un fenómeno nuevo,
por lo que puede asumirse que se desarrolló muy rápidamente. Los libios son descriptos en las fuentes
del período como ‘cobardes que temen’, cuando se resalta
la victoria del faraón sobre ellos, o como ‘adversarios
temidos’, cuando se alude el desequilibrio que provocan
con sus ataques. Un relato de la gran victoria de Merneptah
sobre los libios, además de otros pueblos, se encuentra
en una inscripción en Karnak y otro, en forma poética, fue registrado sobre
una estela descubierta entre los restos de su templo en
Tebas occidental. Como contraparte, según se menciona en las fuentes
los libios provocaron depredaciones en el Delta central y mantuvieron en vilo a Menfis y Heliópolis.
Los asentamientos libios en los límites occidentales del
Delta eran las bases desde donde atacaban a las ciudades
egipcias, hecho que pudo tener una larga duración. La infiltración libia no tiene precedentes
en esta zona y entre los múltiples factores que permiten
explicarla encontramos la presión demográfica y la cohesión
política de los propios libios, unida a su fuerza militar
compuesta por pueblos tales como los sherden y shekelesh,
entre otros.
De
este conjunto de pueblos y regiones, los nubios y los asiáticos se hallaban más cercanos a Egipto, por
una historia común. En el Reino antiguo se menciona a los
“nubios pacíficos” en el Decreto de Dahshur, y en la dinastía XI en Gebelein, una
veintena de estelas de soldados nubios permiten suponer
la existencia de una colonia.
En menor proporción, otros pueblos aparecen en relación
a Egipto durante el Imperio Nuevo como los cretenses, gentes
del Punt, etc. entregando tributos o en el conjunto de pueblos
extranjeros.
Por otro lado, la vinculación del estado
egipcio con aquellos grupos tales como príncipes extranjeros,
mercenarios y militares se sustenta en códigos político-ideológicos
que diferían de la condición servil o esclava a la que eran
sometidos muchos de los cautivos.
3) El relato que podemos reconstruir
de la relación entre los egipcios y los extranjeros es unilateral:
la mirada que los escribas egipcios plasmaron en la documentación.
A partir de la mención de extranjeros en fuentes egipcias
podemos inferir las características de esa relación, pero
carecemos de los testimonios directos de los “nuevos” habitantes
del Valle del Nilo.
Universalismo e imperio: hacia una
política de integración
La integración de cautivos de guerra
se realizaba, según Menu, en etapas: una primera fase de ruptura
forzada de cautivos con su medio de origen y asimilación
por el nombre y por la lengua. El proceso de asimilación
pasaba por una ruptura inicial con el medio de origen, seguido
de una fase de educación acompañado de la reconstitución
de las jerarquías originales, supervisado/controlado de
cerca por la burocracia faraónica. La autora se refiere
a mercenarios, militares y príncipes
extranjeros.
En efecto, la fase de ruptura por la
lengua es documentada cuando los prisioneros libios llevados
a Egipto, fueron encerrados en fortalezas y “sirviendo al
rey, oyeron la lengua de los egipcios; el rey hizo
que olvidaran su propio idioma y cambió sus lenguas”.
Respecto de los militares y mercenarios,
sabemos por el poema del Pentaur que los sherden constituían la
guardia personal de Ramsés II, aunque no se indica ni en
que campaña fueron capturados ni porque se modifica su situación
de prisioneros de guerra. Del mismo modo que soldados de aspecto
oriental, arqueros nubios formaron parte del ejército egipcio,
así como los sherden ocuparon un importante lugar
en el mismo. Este último grupo aparece mencionado
en las Cartas de el-Amarna y desde ese momento es identificado como
un cuerpo del ejército.
Asimismo, los príncipes extranjeros son educados en
los valores y la escritura egipcia y en este proceso la
institución del kap cumplió un importante papel. Los jóvenes extranjeros (en particular
nubios y asiáticos) compartían su educación y formación
con los hijos del faraón y de los nobles y ello tenía/tuvo
como consecuencia el establecimiento de vínculos políticos
y culturales. Se advierte, entonces, que tales relaciones
contribuían a la reproducción de las relaciones de poder
imperantes y permitían la ampliación de alianzas y la proyección
de las solidaridades entre miembros de la elite.
Los matrimonios
diplomáticos contribuían al reforzamiento de tales asociaciones
y en general confirman la ideología centralista egipcia
y su pretendida “superioridad”, ya que se recibían mujeres
extranjeras en matrimonio y se entregaban escasas egipcias. Las extranjeras podían a través de sus vínculos
parentales integrarse a redes de poder y sus descendientes
ostentar cargos políticos y/o militares. Esto podría explicar
en parte porque altos funcionarios tenían nombres extranjeros,
por ejemplo aquellos que portaban el título de Copero del
rey, el cuál sin duda ameritaba confianza y lealtad. También,
las madres o padres de algunos visires o jefes artesanos
tenían nombres extranjeros. Incluso algunos llegaron a poseer una
tumba como Tutu en el-Amarna y Apereia en Saqqara.
Por otra parte, en la literatura
del Imperio Nuevo se enfatiza la participación egipcia en
el extranjero: los protagonistas de los relatos (Unamón,
El príncipe predestinado, Bata en el cuento de los Dos Hermanos)
se van de Egipto huyendo de su destino, buscando nuevas
posibilidades, a modo de crecimiento o redención personal. Se comprende esta apertura como una estrategia
de múltiples relaciones y continuos contactos con pueblos
extranjeros, que se contrapone a la acción guerrera
o de saqueo de la conquista militar
y a la iconografía faraónica ya mencionada. El extranjero
no era sólo el caos, sino que se lo incluyó “como interlocutor
o adversario”, al que conviene someter y convertir en tributario
o al que había que aliarse mediante tratados o matrimonios. Es llamativo que los protagonistas
siempre se dirigen a Asia: El príncipe predestinado a Naharina,
Unamón a Biblos y Bata al Valle del Pino. En general, los
personajes se enfrentan a duelos o confrontan con la autoridad
extranjera, se entregan regalos y se casan con sus mujeres
representando las relaciones entre los grandes estados de
la época. Más aún, la percepción del extranjero en los textos
literarios contribuye a reforzar la idea de interrelación
con el egipcio en un espacio que se vuelve cercano y compartido.
El Universalismo proclamado por faraón
está de acuerdo con la política de integración de extranjeros,
organizada por la dinastía XVIII. En cuanto a los extranjeros
instalados en Egipto, los esfuerzos de asimilación son favorecidos
también por la acogida de las familias egipcias, que se mezclan por matrimonio y adopción,
sin por ello renegar de las convicciones religiosas de
antaño. Ciertamente, ante este tipo de evidencia,
estamos frente a lo que podría denominarse un vínculo positivo que conecta varios grupos
étnicos en el sistema social circundante y que depende de
la complementariedad de los grupos respecto a algunos de
sus rasgos culturales característicos.
Veamos la cuestión de las divinidades
extranjeras que se integran al culto oficial y privado durante
las dinastías XVIII y XIX. Los dioses guerreros y los dioses
de la fertilidad de los países extranjeros con los que Egipto
entra en contacto se incorporan a los cultos, a menudo sincretisándose/asimilándose
con los dioses egipcios tradicionales. Si bien, desconocemos “las convicciones
religiosas” en el ámbito popular, evidencia proveniente
de la comunidad de artesanos de Deir el-Medina refiere al
culto de divinidades asociadas a la fertilidad y a creencias
desconocidas al pensamiento egipcio.
En las sociedades de discurso mítico, como la egipcia, el sentido del mundo
se asociaba al plano cósmico y los símbolos religiosos contribuían
a la reproducción del orden social. Los símbolos pueden
ser las herramientas de la “integración social”, como instrumentos
de comunicación y conocimiento. Sin embargo, en las elaboraciones metatextuales
más exclusivas de la elite, los extranjeros seguían permaneciendo
como generadores del caos y el desorden.
Población cautiva, población esclava
Ante todo, nos interesa considerar
la población tomada como cautiva, a través de raids, de
intercambios o como tributo; y en particular, en qué medida
se inserta orgánicamente en la sociedad egipcia.
Según Menu, la esclavitud en el Egipto antiguo podía
constituir un estado temporal y provisorio, aplicable a
los cautivos de guerra y previo a la inserción en el campo
del trabajo libre y “remunerado”. Esta hipótesis de la autora
podría considerarse de un modo general, aunque evidentemente
existían situaciones diferenciales: las relaciones entre
los egipcios y los extranjeros esclavizados eran variadas
y reproducían relaciones sociales existentes.
Desde el Reino Antiguo extranjeros
fueron capturados y sometidos a la esclavitud en Egipto. Estos hombres, mujeres y niños eran
obtenidos a partir de razzias o a través del comercio. Desde el imperio Nuevo, los prisioneros
de guerra aumentaron en número producto de las conquistas. El papiro Harris I (77,5-77,6)
dice que muchos de estos cautivos fueron estampados con
una marca y convertidos en esclavos. La marca hecha en el cuerpo de los prisioneros
era el nombre del faraón Ramsés III y también se habría
hecho lo mismo con sus esposas e hijos.
Estos cautivos extranjeros que eran
absolutamente separados de su medio de origen e ignorantes
de la lengua sufrirían evidentemente el desarraigo. Según
Meillasoux, podría pensarse que esto habrá dado lugar a
dos procesos: desocialización y despersonalización, en particular respondiendo a la ruptura
de las relaciones de filiación, pertenencia, localidad y
con la cultura nativa, que conforman al ser social. Sin embargo, tales procesos no se documentan
en el Egipto del Imperio, aunque si la disolución de lazos
familiares previos, el transplante hacia nuevas tierras
y la consecuente adecuación a códigos, pautas y costumbres
egipcias.
Se observa en la documentación que
procesos de colonización interna se asocian a la llegada
de población extranjera, en especial una destacada colonización
militar en el Egipto Medio, en los nomos al sur del Fayum. Si bien estos procesos se documentan
también en otros períodos, en el período que nos ocupa se
destacan los asentamientos de los sherden durante
el período Ramésida y los asentamientos libios a fines del
Imperio Nuevo. Además, se registra la práctica de trasladar
o deportar población de una región a otra del territorio
imperial. Una inscripción de Ramsés II en Abu
Simbel reza:
“El
dios perfecto, que mata los Nueve Arcos,
que
aplasta a los países del Norte,
que
es poderoso en estos países,
que
lleva el país de Nubia al país del Norte,
y
a los asiáticos a Nubia.
Ha
puesto a los asiáticos shasu en el país del Oeste,
Ha
establecido a los libios sobre las colinas [de Asia],
Llenado
las fortalezas que ha construido
Con
la gente capturada por su brazo poderoso”.
Nótese el reforzamiento de la imagen
del faraón “aplastando” a los países extranjeros y deportando
población. De la misma forma, la colonización militar se
asociaba a la donación de tierra y cautivos a jefes militares:
“Luego Avaris fue despojada, y yo tomé botín de allí: un
hombre y tres mujeres; total, cuatro personas. Su majestad
me los dio como esclavos. Luego Sharuhen fue capturada por
tres años. Su majestad la despojó y yo tomé los despojos
de ella: dos mujeres y una mano”. (Autobiografía de Ahmose,
hijo de Ebana, dinastía XVIII).
Así, se registró la donación de cautivos
a individuos que en general quedaban ligados a la tierra.
Es posible que esta población que trabajaba los campos,
desde el punto de vista económico, fuera equivalente a siervos
de la tierra. La reproducción de la fuerza de trabajo
era posible a partir de la introducción de individuos adquiridos
desde afuera, por captura o venta. Sin embargo, parece
evidente que no se constituye una forma específica de trabajo
esclavo, sino que los cautivos se adosan a un conjunto dado
de relaciones sociales previas. Ciertamente, estamos frente a trabajadores
pseudo-esclavos en un modo de producción que no era esclavista.
La ruptura de las relaciones de filiación
daba lugar a la existencia de personas “sin familia” que
se convertían en potenciales trabajadores y servidores en
dominios particulares y en instituciones. Como consecuencia
de ello, algunos de estos esclavos se vinculaban con egipcios
a través de matrimonios o adopciones, reproduciéndose en
el marco de la estructura familiar egipcia y rompiendo los
lazos consanguíneos previos. En familias nucleares, cuando alguno de los miembros
moría o se enfermaba, o bien si no tenían descendencia,
los esclavos podían ser
los únicos “parientes”.
Vinculado a este proceso, la mayoría
de los esclavos podían ser vendidos más fácilmente o dados
porque ellos no formaban comunidades que se autoreprodujeran. Diversos testimonios registran transacciones
con esclavos como bienes-muebles conservando su valor en
los intercambios y constituyendo formas de propiedad.
Las mujeres esclavas merecen un párrafo
aparte. En los intercambios, las esclavas tenían más valor
que los esclavos y ello puede haber estado vinculado a su
capacidad reproductiva. En ese caso el precio de las esclavas
representaba la futura ganancia que habría de obtenerse
de su fuerza de trabajo. Podríamos suponer que los esclavos
varones pudieran realizar más trabajo y con más fuerza,
sin embargo, se supone que la reproducción podía dar lugar
a más cantidad de brazos para el trabajo o para la venta.
Asimismo, los hijos de esclavos pasaban
junto con sus padres a ser esclavos. En el testamento de
Imenkhau (Papiro de Turín 2021,1100 a.C) se menciona a una
“ciudadana” que había adquirido dos servidores y dos servidoras
con sus hijos.
Esclavos extranjeros enlazados a la
tierra no son fácilmente reconocibles en la documentación.
Un agricultor sirio se encontraba ligado a la producción
agrícola de tierras del templo de Thoth en Menfis (carta
del Papiro Bologna 1086). El carácter distintivo del esclavo está
dado por un no control del proceso de producción de por
vida/a perpetuidad y por la transferencia diferenciada del
excedente respecto de los otros trabajadores. De acuerdo
a otros documentos ramésidas, los extranjeros eran obligados
a producir a perpetuidad.
A modo de reflexión.
Frontera
étnica: ¿comunidad de cultura o deconstrucción de la identidad?
De acuerdo a la documentación disponible sobre los extranjeros en Egipto,
las diferencias culturales se limitan en general al inventario
descriptivo de rasgos o diferencias. Las
señales o signos manifiestos que los egipcios exhibían para
indicar identidad eran por lo general, el vestido, el lenguaje o un modo de vida. Volvemos aquí entonces a la mirada
unilateral de los egipcios y cómo algunos rasgos culturales
son utilizados como señales de diferencia
y otros son pasados por alto o negados. Como señala
Barth, los rasgos que son tomados
en cuenta no son la suma de diferencias "objetivas",
sino solamente aquellas que los actores mismos consideran
significativas. Los egipcios se distinguían de
los extranjeros mayormente en términos políticos. Eran distinguidos
por sus nombres regionales o políticos y eran representados
con sus rasgos y vestimentas distintivas.
No
obstante, pertenecer a una categoría étnica implicaba, desde
una perspectiva subjetiva, tener cierto tipo “identidad”
entendida como ciertos valores, actitudes, costumbres, capacidades,
y como resultado de ellos la posibilidad de generar preconcepciones
sobre el “otro”. Ejemplo de ello puede observarse en el
papiro Bolonia 1094, 3, 5-3, 10, donde el estudiante díscolo
es equiparado a una mona: “Incluso la mona consigue escuchar
las palabras, y sin embargo viene de Kush...”. En la distinción
del “otro” se afirma la propia identidad.
Como hemos planteado antes, las relaciones socio-políticas entre los
miembros de las elites egipcias y extranjeras conllevan
la coparticipación de criterios de valoración y de juicio aunque
no pertenezcan al mismo grupo étnico. Las relaciones sociales
entre los extranjeros esclavizados y sus “amos” o las instituciones
de las que dependían estaban basadas justamente en status
étnicos dicotómicos. Estas distinciones étnicas que
se reconocen en distintos sectores de la sociedad egipcia
“no dependen de una ausencia de interacción y aceptación
sociales; por el contrario, generalmente son el fundamento
mismo sobre el cual están construidos los sistemas sociales
que las contienen”.
Cuando interactúan personas pertenecientes a culturas
diferentes, es de esperar que sus diferencias se reduzcan,
ya que la interacción requiere y genera una congruencia
de códigos y valores; en palabras de Barth, una similitud
o comunidad de cultura.
Ahora
bien, esta “comunidad” presupone una estructura de interacción
semejante: “por un lado, conjunto de preceptos que regulan
las situaciones de contacto y que permiten una articulación
en algunos dominios de la actividad y, por otro, un conjunto
de sanciones que prohíben la interacción interétnica en
otros sectores, aislando así ciertos segmentos de la cultura
de posibles confrontaciones o modificaciones”. Sin embargo, hemos de suponer que en
los grupos que llegaron a Egipto se dio una situación de
pérdida de ciertos aspectos objetivos de la identidad étnica,
porque carecen de su sentido original o simplemente porque
están latentes. En este sentido, podemos plantear que se
dio un proceso de deconstrucción de la identidad étnica. Deconstrucción, no en el sentido derridiano
del término, sino en su sentido “natural”: deconstruir como
“deshacer analíticamente los elementos que constituyen una
estructura conceptual”. Se acerca figuradamente
a la deconstrucción de un edificio, dejando parte de los
materiales y renovando otros. Así, la deconstrucción de la identidad
se limita a la imposibilidad de reproducir ciertas normas
de valor y culturales, aunque se puedan mantener y reafirmar
otras. Es cierto que existen diferencias entre la identidad
étnica (autoconsciencia) y el contenido cultural y étnico
[71]
, pero como expresamos más arriba no es posible
rastrear en la documentación la mirada de los propios extranjeros.
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