
Flavia Pittella
U.N.L.P.
Cultura y Civilización Inglesas
El concepto de
espacio, frontera y territorialidad en dos novelas de J.M.
Coetzee Esperando a los Bárbaros y Vida y época de Michael K.
flapittella@yahoo.co.uk
Espacio. Territorialidad.
Frontera.
Estos tres conceptos remiten
a ideas aparentemente iguales, sin embargo disímiles en
cuanto al objeto de referencia. Cómo encaremos estas definiciones
y el marco teórico en el que las ubiquemos va a definir
nuestra postura frente a lo que no es otra cosa que la marcación
del espacio en tanto limitado por el hombre. Ahora bien,
tradicionalmente, la frontera podría ser definida como el
espacio de unión entre dos zonas geográficas definidas como
independientes entre sí. Estos espacios en tanto ocupados
por individuos, se convierten en territorios. Transitar
estos territorios, ocuparlos, vivirlos nos da una pertenencia
–o no- a dicho lugar. La pertenencia a un lugar conlleva
otros aspectos importantes de definir y que a su vez retroalimentan
el sentido de territorialidad de un espacio. Un espacio
es territorio en tanto lugar de una cultura. El lugar de
la cultura es de una territorialidad que excede al espacio
pero que nace contenida en él. Aquí es dónde el concepto
de territorialidad toma un giro en el que conviene detenerse.
La territorialidad es entendida como la consideración que
se tiene de los objetos y las personas en tanto parte del
territorio de un estado y también, como valor simbólico,
se utiliza para denominar a transportes o diplomáticos donde
quiera que estén como si formasen parte del territorio de
su propia nación. Para seguir avanzando en este tópico,
es necesario hacer también referencia a la identidad, entendida
como la conciencia que un individuo tiene de ser él o ella
misma y distinta de los demás. En el caso de la identidad
colectiva, esto va a estar dado generalmente por la territorialidad,
esto es: el espacio enmarcado por fronteras de algún tipo
y que indica el lugar de pertenencia.
Esta mirada totalizadora,
este sentido unitivo, puramente binario (uno pertenece o
no a una determinada nación) y sobre todo transitivo de
los conceptos espacio-territorialidad-identidad-cultura
le ha sido muy funcional a la ideología nacionalista. Si
embargo, y teniendo en cuenta la complejidad de abordaje
de todo espacio, este absolutismo, este manto con el que
se quiere igualar, funciona sí a nivel ideológico, pero
no tanto en la realidad cotidiana. Los seres que habitan
estos territorios son complejos, diferentes, esencialmente
libres. El discurso nacionalista no ha podido nunca dar
cuenta de los cruces y las intersecciones ambivalentes que
tienen lugar en el plano de las subjetividades, pues aunque
el relato individual da cuenta del relato de la colectividad
éste último no alcanza a representar la complejidad del
pueblo, que es el sujeto de la narración Nacional.
Si pensamos en el espacio de las fronteras, en general
podemos delinear espacios que son esencialmente artificiales,
y que en general son una marca ligada a la distinción entre
dos territorios internacionales. Hasta aquí la definición.
Las fronteras también indican que dentro de ese espacio
así enmarcado las distintas naciones ejercen su soberanía:
o sea, la facultad de implantar y ejercer su autoridad de
la manera en la que lo crean conveniente. Para que el ejercicio
de la soberanía por parte de los Estados no perjudique a
otras naciones, se crean límites definidos en porciones
de tierra, agua y aire. En el punto preciso y exacto en
que estos límites llegan a su fin es cuando se habla de
fronteras.
Sin embargo, la frontera no determina tanto dónde concluye
un espacio sino más bien dónde comienza el otro, el diferente.
Tal como lo definiera Heidegger: “El
límite no es aquello donde algo termina, sino, como ya lo
dijeran los griegos, el límite es aquello desde lo cual
algo comienza su ser”. Es esta intersección, entre el yo,
mi propia cultura, identidad y la del otro, la que contradice
en la acción el decir del discurso absolutista hegemónico,
colonial.
Conocemos de los espacios fronterizos dónde se desarrolla
un lugar-otro, un “tercer espacio” al decir de Homi Bhabha,
dónde, más allá de las jurisdicciones y las soberanías,
las leyes y sus aplicaciones, la vida cotidiana transcurre
en un fluir de un lugar al otro, que borra la frontera establecida
y genera nuevos espacios, recreados por las subjetividades
fronterizas, por el ser-en-el-lugar.
La idea de territorialidad impuesta por el nacionalismo,
necesaria para su funcionamiento dejó afuera la posibilidad
que se genera per
se en la frontera. La frontera produce fronterizos,
periféricos, gente de aquí y de allá, una cultura hibrida que se filtra en las grietas
que el sistema hegemónico plantea. De esta manera, las grietas
se constituyen en espacio nuevo, diferente, subalterno.
Los conceptos espacio, frontera y territorialidad son
desarrollados magistralmente por Coetzee en su novela Esperando a los Bárbaros. El relato es una alegoría acerca de la opresión
ejercida sobre los habitantes del último bastión de una
Colonia en decadencia que, por medio de la coerción, el
abuso de poder y la conspiración, intenta sostener un sistema
que ya se ha caído. En esta novela de Coetzee, el uso de
un espacio anónimo –el lector nunca sabe en que lugar del
planeta ocurre la historia que se cuenta- le da a la trama
una universalidad que rescata la necesidad de esclarecer
los conceptos de espacio y territorialidad.
En palabras de Homi
Bhabha en su libro Nación
y Narración y para explicar la ambivalencia del concepto
de nación moderna Bhabha advierte:
Si la
figura ambivalente de la nación es un problema de su historia
transicional, su indeterminación conceptual, su desplazamiento
entre vocabularios, entonces qué efecto tiene esto sobre
narrativas y discursos que significan un sentido sobre la
"nacionalidad": los heimlich placeres del
corazón, el unheimlich terror del espacio o la raza
del Otro; la comodidad de la pertenencia social, las heridas
ocultas de la clase; los hábitos del gusto, los poderes
de la afiliación política; el sentido del orden social,
la sensibilidad de la sexualidad; la ceguera de la burocracia,
la perspectiva "legal" [strait] de las
instituciones; la calidad de la justicia, el sentido común
de la injusticia; la lengua de la ley y el habla
del pueblo.
En Esperando a los Bárbaros, un magistrado resiste los embates del tiempo
y el olvido en un fuerte relegado de la colonia. Recibe órdenes desde el Centro burocrático que
él adapta y vuelve funcionales a su vida tranquila en este
lugar. Con el paso del tiempo, ha logrado establecer un
tercer lugar dónde la indeterminación conceptual de la colonia,
la convivencia con los bárbaros y el arraigo al territorio
han contribuido al desarrollo de una cultura local. En esta
novela el narrador pertenece y representa al estado-nación
ausente pero fantasmal. Las formas que tiene este magistrado
de recrear la presencia del estado es por medio de ciertas
normas y costumbres civilizadoras. Lee a los clásicos (aunque
nunca conocemos los nombres de estos autores)
y realiza investigaciones arqueológicas en busca
de antiguas civilizaciones que hayan sido devastadas por
los bárbaros y que dé un justificativo histórico a su presencia
allí. En este sentido la territorialidad está dada por los
restos arqueológicos que confirmen, que documenten, que
hubo otros en ese mismo espacio y que la presencia del magistrado
en ese bastión fronterizo es el resultado de una cultura
ya establecida en el lugar desde tiempos ancentrales. Frente
al hallazgo de restos arqueológicos, el magistrado nunca
se pregunta si pertenecen a los “bárbaros”, a los habitantes
originarios del lugar, demasiado primitivos para él como
para poder haber generado materiales que subsistan al paso
del tiempo. Sí hace referencia a la posibilidad de encontrar
en ese territorio restos de otros fuertes y a la forma de
colonización que se llevó a cabo en siglos pasados donde
eran los indeseados del estado los que ejercían las labores
de asentamiento en la colonia:
“Puede que en épocas pasadas,
criminales, esclavos, soldados, recorrieran los veinte kilómetros
largos hasta el río, cortaran álamos, los aserraran y los
cepillaran y transportaran los maderos a este desierto en
carros, y construyeran casas, y también un fuerte, tal y
como creo, muriendo al cabo del tiempo, para que sus amos,
prefectos, magistrados y capitanes pudieran subir a las
azoteas y a las torres por la mañana y por la noche para
otear el mundo de un horizonte a otro en busca de indicios
de los bárbaros.” (p.29)
En este sentido, el exilio
y la marginación devienen en una nueva territorialidad:
los desterrados, los expulsados del sistema son mano de
obra en la colonia, forman parte operativa del lugar. Aquí
el concepto de tercer espacio de Bhabha se vuelve pertinente:
“No es necesariamente
un lugar geográfico, sino más bien una condición, una presión
cultural que actúa como una membrana por la cual se filtran
influencias tanto de la cultura dominante como la de la
subordinada; una superficie de protección, recepción y proyección.”
El magistrado es conciente
de la existencia de una frontera entre ellos y los bárbaros
en la que se han establecido contactos, no siempre positivos
para los bárbaros. El terreno del fuerte es el de la jurisdicción
de la colonia, fuera de él es tierra de bárbaros. Aunque
el espacio de un lado y otro de la frontera, establecida
por los muros del fuerte, puede convertirse en un espacio
habitado por los bárbaros en relación con los que habitan
el fuerte. El magistrado tiene una clara conciencia de esta
posibilidad e insiste en evitarla:
“Este año no nos han visitado
los bárbaros. Antes, grupos de nómadas venían al pueblo
en invierno para levantar sus tiendas fuera de la muralla
(…) En el pasado fomenté el comercio, pero prohibí el pago
en dinero. También intenté cerrar las puertas de las tabernas.
Sobre todo no quiero ver crecer en los lindes del pueblo
una colonia de parásitos habitada por mendigos y vagabundos
esclavizados por el alcohol. Siempre me ha dado lastima
ver como esa gente cae víctima de la astucia de los tenderos,
intercambia sus bienes por baratijas y se emborracha hasta
perder el sentido, confirmado así la letanía de prejuicios
del colonizador: los bárbaros son vagos, inmorales, sucios,
estúpidos. (Coetzee: 60)
En Esperando a los Bárbaros el espacio está determinado por la frontera
entre el fuerte y sus afueras, la territorialidad la establece
el estado de la colonia, la identidad la define el magistrado
con sus decisiones, y la cultura del lugar es un híbrido
que no puede prescindir, aunque lo niegue, de los bárbaros.
Escrita en pleno Apartheid, Vida y época de Michael K remite al manejo del espacio y la frontera
durante esa época en Sudáfrica. El concepto de frontera
tal como se planteaba durante el Apartheid por medio de
los permisos o pases, los townships, etc. queda al desnudo en esta
novela que da cuenta de que al fin y al cabo, no hay límites
posibles, ni fronteras que otorguen verdadera seguridad
cuando se está decidido a ser un ser esencialmente libre.
En el caso de la novela de
Vida y Época de Michael
K, y a diferencia de Esperando
a los Bárbaros, la frontera y su dicotomía inclusión-exclusión
presentan para el protagonista un desafío mayor: en la simpleza
de su pensamiento y realidad, Michael solo quiere llevar
adelante el deseo de su madre de volver a su tierra natal.
Para ello, deberá afrontar los peligros que implican el
andar por las fronteras, esta vez no internacionales sino
las impuestas por el Apartheid. Las fronteras determinadas
por la posesión o no de un pase, de una autorización que
permita a este negro transitar su país, su territorio.
Así, el espacio en el que Michael K podrá vivir es el que
está fuera de los límites, de las rutas, de los puestos
de control. En el caso de esta segunda novela de Coetzee,
la territorialidad, la búsqueda de un espacio para poder
dormir, o cultivar las verduras que le den de comer, se
transforman para Michael en el verdadero espacio de posibilidad
de vida: el suburbio, la periferia, el espacio inhabitado,
abandonado, serán su lugar. La gran metáfora de esta novela
redunda en la imposibilidad de habitar los espacios concedidos
por medio de la coerción sin perder en ello la propia individualidad,
la propia búsqueda de identidad. Michael K encontrará su
posibilidad de “ser” en los no lugares generados por el
sistema. Aquéllos rincones a los que no llega el control
de la policía y en los que se abren a él personas que le
muestran solidaridad, o crueldad: todos tan marginales como
él. Aunque intenta evitarlo por todos los medios, la territorialidad
impuesta por el sistema llevará a Michael a vivir en campamentos
de desocupados: otra vez el lugar del oprimido será un espacio
que no es el elegido sino el impuesto. Y la razón de ser
de estos campamentos es que los hombres y mujeres que los
habitan “no tienen lugar fijo”. Este lugar fijo al que se
refiere son los barrios asignados según el color de piel,
designados con arbitrariedad y a los que se tiene acceso
solamente si se tiene trabajo. A la vez, al tránsito libre
por las calles no existe: hay límites, zonas, toques de
queda.
Michael K es un hombre simple,
un jardinero con cierto retrazo mental. En su persona van
a estar representados los oprimidos, los dejados fuera del
sistema, los sin tierra, los sin territorio.
En uno de los campamentos
por los que transita y del que luego escapa (como cada vez
que se siente encerrado) Michael se topa con un hombre,
encargado del campamento, que lo llama Michaels y que va
a hablar en nombre de Michael, intentando descubrir qué
es lo que hace que Michael escape de los lugares asignados
en busca de un espacio propio: así y con una profundidad
de análisis que desconoceríamos en Michael, este hombre
intentará describir lo que para el autor simboliza este
personaje, su falta de pertenencia, la metáfora de la libertad:
“Tu estancia en el campamento
no ha sido más que una alegoría, si conoces esta palabra.
De manera escandalosa y ultrajante, esta alegoría revelaba
(utilizando el lenguaje erudito) hasta qué punto un significado
puede alojarse en un sistema sin convertirse en parte de
él.” (Vida y época
de Michael K p. 173)
Y para concluir, la gran
enseñanza de estas novelas, la gran conexión con la historia
sudafricana que da cuenta del horror del sistema del Apartheid,
el mismo narrador relatará lo que sin palabras Michael K
o el magistrado en el caso de Esperando a los Bárbaros intentaron llevar adelante, con las consecuencias
que esta actitud frente a la vida les trae: son desterrados,
ambulantes entre dos mundos, habitantes del espacio liminal
que sólo es concebible cuando la territorialidad está enmarcada
en esquemas que privan a sus sujetos de la libertad de movimiento,
de encontrar un lugar en el mundo. El lugar de estos sujetos
es el no-lugar, las grietas que ofrecen el lugar para ser.
En el caso del magistrado, los terraplenes en los que busca
el justificativo de su pertenencia a ese fuerte. En el caso
de Michael K, será la constante intención de encontrar un
espacio para su huerta, el anclaje con la comida que da
la tierra, la independencia de todo y de todos en un lugar
periférico, alejado del control. En las palabras del narrador
que se lamenta de la desaparición de Michaels:
“Y ahora el último tema,
tu huerto (…). Déjame que te explique el significado de
ese huerto sagrado y seductor que florece en el corazón
del desierto y cuya fruta es el alimento de la vida. El
huerto al que ahora te diriges se encuentra en cualquier
parte, menos en los campamentotes otro nombre del único
lugar al que perteneces Michaels, donde no te sientes desvalido.
No está en ningún mapa, ninguna carretera corriente lleva
allí, y únicamente tú conoces el camino.” (Vida
y época de Michael K p. 173)
BIBLIOGRAFIA CITADA Y CONSULTADA
BHABHA, Homi (2002) El lugar
de la cultura. Buenos Aires, Manantial.
BHABHA, Homi. “Narrando la nación”
(Londres: Routledge, 1990). Fernández Bravo, Álvaro (comp.).
La invención de la nación. Lecturas de la identidad
de Herder a Homi Bhabha. Buenos Aires: Manantial, 2000.
COETZEE, J. M. 2003, Esperando a los Bárbaros. Barcelona: De Bolsillo
COETZEE, J. M, 2006. Vida y
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DERRIDA, Jacques, 1981.Dissemination.
Chicago: University of Chicago
Press
HEIDEGGER, Martín
(1997) "Construir, habitar, pensar" Buenos Aires:
Alción Editoria