
"Movimiento Obrero y Nacionalismo en Corea del
Sur: Análisis crítico sobre la influencia de tendencias
nacionalistas dentro del proletariado surcoreano"
Por
Luciano Lanare (UNLP)*
¿Más tiene esto algo que ver con la que llaman “imparcialidad”
histórica”?. Nadie nos ha explicado
todavía claramente en que consiste esa imparcialidad […] El lector serio y dotado de espíritu crítico no
necesita de esa solapada imparcialidad que le brinda la
copa de la conciliación llena de veneno reaccionario, sino
de la metódica escrupulosidad que va a buscar honradamente
investigados, apoyo manifiesto para sus simpatías o antipatías
disfrazadas, la contrastación de sus nexos reales y el descubrimiento
de las leyes por que se rigen. Ésta es la única objetividad
histórica que cabe, y con ella basta, pues se halla contrastada
y confirmada, no por las buenas intenciones del historiador
de que él mismo responde, sino por las leyes que rigen el
proceso histórico y que él se limita a revelar.
León Trotsky
Para comprender la dinámica histórica
y la estructura del movimiento obrero surcoreano es necesario
recurrir al auxilio de una breve reseña sobre la historia
reciente de Corea del Sur. Los eventos y hechos históricos
que atraviesan las últimas cinco décadas de la historia
del país son de capital importancia en la conformación de
una conciencia de clase, que a su vez, se va yuxtaponiendo
con elementos coyunturales que la han de marcar a fuego.
Desde su alianza con los estudiantes universitarios, la
cual llevará el embrión de la radicalización, hasta el arraigo
de un nacionalismo –a veces, de corte chovinista-, irán
conformando los diferentes matices que caracterizaran al
movimiento obrero surcoreano.
El llamado “milagro del río Han” se obtuvo gracias
a varios factores. Los principales fueron: una fuerte intervención
del Estado, bajo la forma de una planificación autoritaria
(proceso, que se dirigió con mano de hierro); un colosal
apoyo económico y técnico, aportado en forma de “donaciones”,
por parte de los EE.UU., la realización desde el comienzo
de una reforma agraria de tipo radical y la aplicación de
un modelo de sustitución de importaciones durante 25 años,
que se fue convirtiendo gradualmente, en sustitución de
exportaciones. Además, el Estado tuvo un férreo control
sobre el sector bancario y financiero, fijando el control
de precios de insumos básicos de consumo masivo. Por otro
lado, el Estado también realizó un gran esfuerzo en el campo
de la educación, lo que le permitió ofrecer a las empresas
una mano de obra calificada. No obstante, estos factores,
no hubiesen surtido efecto sin una marcada sobreexplotación
de los campesinos y obreros que siempre iba acompañada por
una omnipresente represión policial.
Este milagro coreano se gestó y consolidó en el
marco de la Guerra Fría, enfrentamiento que aún deja ver
su cicatriz en el paralelo 38º de la península coreana.
Los hijos prodigios de esta “revolución” económica fueron
los Chaebols, descomunales conglomerados industriales,
que dominaron el proceso de industrialización mediante su
relación simbiótica con el estado autoritario surcoreano.
Estos chaebols son conocidos hoy en el mundo entero: Samsung,
Hyundai, LG, Daewoo, KIA, entre otros. Los chaebols se beneficiaron,
año tras año, de aportaciones financieras del Estado, muy
considerables y a menudo gratuitas. Por otro lado, los planes
quinquenales se sucedieron. En el primero (1962-1966) se
dio prioridad al desarrollo energético, de abonos, textil
y del cemento. En el segundo (1967-1971) se puso el acento
en las fibras sintéticas, la petroquímica y el equipamiento
eléctrico. El tercero (1972-1976) se
centró en la siderurgia, el equipamiento de transporte,
los electrodomésticos y la construcción naval.
En el curso de esta industrialización acelerada
la sociedad surcoreana cambió profundamente. La población
urbana pasó de 28 % en 1960, a 55 % en 1980. La capital,
Seúl, duplicó su población entre 1960 y 1970, que pasó de
3 a 6 millones de habitantes, y, que en la actualidad, rebasa
holgadamente los 10 millones. La estructura de la población
activa se modificó radicalmente. En 1960, el 63 % trabajaba
en la agricultura, el 11 % en la industria y la minería,
y el 26 % en el rubro de servicios. Veinte años después,
las proporciones se transformaron contundentemente: 34 %
en la agricultura, 23 % en la industria y la minería y 43
% en servicios. En 1963 el país contaba con 600.000 trabajadores
industriales, en 1973 estos eran 1,4 millones y en 1980
superaban los 3 millones, la mitad de los cuales eran obreros
calificados. A su vez, estos obreros, estaban sometidos
a un grado extremo de explotación; en 1980, el coste salarial
de un obrero coreano representaba un décimo del de un obrero
alemán, la mitad del de un mexicano ó un 60 % del de un
brasileño. Sin duda, uno de los ingredientes constitutivo
del “milagro del río Han”, fue la sobreexplotación de la
mano de obra industrial. La semana laboral de un obrero
coreano era en 1980 la más larga de todo el mundo, a lo
que se le añadía el no contar con un salario mínimo legal.
Para agravar su situación, después de la derrota
del Consejo General de Sindicatos Coreanos (GCKTU), dirigido
por el partido Comunista y prohibido en 1948, los asalariados
carecieron de un verdadero sindicato. Solamente una fachada
seudo sindical, auspiciada por el mismo Estado, la Federación Coreana de
Sindicatos (FKTU) fue –entonces-, la única central obrera
legal del país hasta los años noventa. La
FKTU era una simple correa de transmisión de la dictadura
y de la patronal. La clase proletaria estaba casi totalmente
amordazada, al menos hasta los años ochenta. Además de la
clase obrera fabril, otros actores sociales se afirmaron.
En 1980 había 100.000 ingenieros y 130.000 técnicos. La
población de la enseñanza superior eclosionó: había cerca
de un millón de estudiantes para esa misma época.
El “milagro del Han” fue la más altamente aclamada
historia del éxito del desarrollo en el mundo, hasta que
los otros “tigres” en el Este y el Sudeste Asiático llamaron
la atención de la opinión pública mundial. Se suponía que
Corea iba a ser un paraíso de trabajo disciplinado y barato,
de tecnócratas talentosos, alto crecimiento del PBI, distribución
equitativa de la riqueza y ciudadanos que nunca han dicho
“yankee, go home”. No obstante, cada República coreana
hasta la surgida de la elección de Kim Young Sam en 1992
comenzó o concluyó con levantamientos masivos o golpes militares.
La más extensa, la Tercera República bajo Park Chung Hee
(1961-1979), se abrió con un golpe y concluyó en el asesinato
de Park a manos de su propio jefe de inteligencia. La que
le sigue en duración, bajo Chun Doo Hwan (1980-1987), comenzó
y concluyó con rebeliones populares que sacudieron las bases
mismas del sistema. Se podría argumentar fácilmente que
Corea del Sur ha tenido uno de los sistemas políticos más
inestables del mundo. La piedra de toque de este desorden,
en el periodo reciente, fue la Rebelión de Kwangju, en mayo
de 1980, la pesadilla coreana de Tiananmen, en la que los
estudiantes y los jóvenes fueron asesinados en una escala
igual o mayor a la de la China “Popular” en junio de 1989.
Aquellos que elogiaron el desarrollo surcoreano raramente
hablaron de este lado oscuro, y han tendido demasiado frecuentemente
a justificar las políticas autoritarias de los regímenes
sucesivos en tanto duros requisitos del desarrollo y la
seguridad frente al enemigo del Norte, o bien como producto
de la tradición confuciana, o de la inmadurez política coreana.
En este ambiente continuo de explotación y fuerte
represión, no obstante, comenzó a forjarse una resistencia
obrera, impulsada y motorizada muchas veces
por estudiantes universitarios e intelectuales, que
buscaba ser la voz critica de este “milagro”. Los riesgos
–como se podrá imaginar el lector-, no eran pocos. Bajo
la represión mas asfixiante a lo largo de los 70’, el movimiento
obrero fue creciendo y ganando fuerza, buscando incidir
fuertemente en la política y finalmente madurando luego
de la crisis de 1987, para constituirse en un protagonista
central en la sociedad surcoreana. El mundo del trabajo
fue muy activo a finales de los años 40’, pero después de
la Guerra de Corea los controles se volvieron asfixiantes
para todo tipo de maniobra sindical. La experiencia traumática
de la guerra y la recurrente proyección fantasmal del enemigo
comunista fue el leit motiv que utilizó –recurridamente-,
el gobierno para sofocar brutalmente todo reclamo o disenso
que proviniese de los obreros. Con
posterioridad a la guerra, el régimen de Rhee, mantuvo la
estructura de sindicatos por empresas. Esta forma artera
de sindicalización funcionaba a la perfección para mantener
a raya y dividido al creciente movimiento obrero surcoreano,
amenazando -desde sus cimientos-, todo tipo de solidaridad
horizontal entre los trabajadores. Estos sindicatos por empresas estaban dominados
por elementos que reportaban al Estado y directamente, actuaban
como un representante de los intereses de la patronal, rompiendo
huelgas y boicoteando todo intento de construcción de un
sindicalismo independiente. Luego, en 1961, el régimen dictatorial
de Park, a través de su nefasta KCIA, reorganizó el trabajo
desde arriba, reteniendo un solo centro nacional, pero creando
sindicatos más grandes por sector, de acuerdo a la estructura
que iba moldeando el proceso de industrialización. Así,
la industria textil contaba con un solo sindicato a escala
nacional, como así también, el transporte, la industria
química y otras tantas. La nueva impronta se selló con la
creación de una flamante federación nacional del trabajo,
cuyos representantes centrales designados habían jurado
lealtad hacia la “revolución” del dictador Park.
A diferencia de otros países la organización del
movimiento obrero en Corea del Sur fue impuesta e implementada
desde arriba. Un férreo control, la falta absoluta de libertad
de asociación y una represión siempre activa conspiraron
desde un principio para truncar y sofocar toda voz de reclamo
y disconformidad que proviniese de los trabajadores, en
cuyas espaldas se había cargado casi todo peso de la industrialización.
En las primeras décadas del desarrollo industrial,
la fuerza de trabajo estaba aún formada por la absorción
de campesinos pobres en las filas como mano de obra no calificada
o semicalificada. El bagaje cultura arrastrado por esta
masa proveniente del ámbito rural, factores tales como la
relación jerárquica y clientelar típica de la sociedad campesina,
la pobreza y el desempleo continuos representaron un lastre
sustancial en el proceso de avance para la toma de conciencia
y acción del sector obrero. Se añadía a esto, el costo terrible
pagado por los huelguistas y activistas sindicales en los
años 40’ y el amplio uso de la fuerza de trabajo de las
mujeres jóvenes (a menudo empleadas como fuerza de trabajo
sólo por el lapso de una década, antes de contraer matrimonio).
Todo estos elementos se combinaron e interrelacionaron para
debilitar la sindicalización, cuyo fin era intimidar a muchos
obreros para que -sin resistencia alguna-, se convencieran
de formar parte del rebaño dócil, disciplinado y de bajo
costo de trabajadores que las industrias ligeras de Corea
necesitaban durante los años 60’.
Es importante resaltar el papel que tuvo este reclutamiento
masivo de mujeres adolescentes en el proceso de industrialización surcoreano. Sacadas
de las granjas para ganar algo de dinero para sus familias,
constituían un verdadero ejército de trabajadoras poco calificadas
en las actividades de hilado, tejido, cosido, elaboración
de calzado, ensamblaje de aparatos electrónicos sencillos,
empaquetados de alimentos, o en tareas repetitivas como
colocar pernos y tornillos en planchas de acero. Las mujeres
jóvenes fueron, verdaderamente, la “infantería” del despegue
industrial orientado a la exportación de los años 60’. Reclutadas
masivamente entre los 18 y los 22 años, con una preparación
de escuela secundaria completa o incompleta, con casi la
mitad de ellas viviendo en dormitorios de la empresa, alimentándose
con comida de la empresa y con un solo día libre al mes,
estas mujeres eran un preciado botín para los exportadores.
Tal vez el Mercado de la Paz haya sido la máxima expresión
de esta sobreexplotación a la que fueron sometidas estas
mujeres. Un lugar lúgubre, constituido por depósitos de
tres y cuatro pisos, en donde los pequeños fabricantes de
ropa habían creado plataformas de cerca de 1,20 metros de
alto y en cada lugar disponible, habían puesto una mesa,
una maquina de coser y una mujer a trabajar. Polvo, basura,
calor y partículas de algodón volaban a través de este espacio
reducido, que no contaba con ventilación adecuada. Entre
diez y veinte jóvenes que no podían pararse correctamente,
se arrodillaban delante de las ruidosas máquinas. Imaginen
mil de estos siniestros talleres juntos y tendrán ustedes
al Mercado de la Paz, que empleaba a 20.000 trabajadoras
en total.
Aunque el auge industrial parecía eterno, el desarrollo
desigual y la disparidad estructural comenzó a aumentar
visiblemente, ejemplificados por el modelo invertido de
distribución de los ingresos nacionales. La riqueza generada
por la industrialización fue transformada en forma regresiva.
Mientras la proporción de ingresos del 40% de los habitantes
con los ingresos más bajos entre el total de los ingresos
familiares fue del 19,6% de la riqueza total en 1970 para
el año de 1978, esté índice había caído al 15,4%.
Como puede deducirse a través de los datos reseñados
brevemente, la situación de los trabajadores surcoreanos,
distaba mucho de ser ideal. Mientras el país avanzaba velozmente
por la senda de la industrialización acelerada los asalariados
eran el furgón de cola de todo este avance, y pagaban muy
caro cualquier intento de reivindicación y resistencia.
Sin embargo, este estrecho –ó casi nulo- margen
de acción, no impedía
que los obreros se las ingeniasen –muchas veces corriendo
grandes riesgos-, para poder organizarse e ir tomando conciencia
de que el único camino posible para enfrentar a las sucesivas
dictaduras y a los chaebols que los sobreexplotaban era
la unión de la mayoría de los trabajadores. A pesar de –
ó quizá, a causa de-, las medidas draconianas de principios
de los años 70’, los obreros continuaban organizándose.
En 1974, por ejemplo, alrededor de 2000 trabajadores se
rebelaron en el puerto de las Industrias Pesadas de Hyundai,
en Ulsan, sin que influyese su status privilegiado en relación
con el resto de los trabajadores industriales de Corea.
La clase obrera surcoreana fue creciendo amordazada
por una política de explotación feroz que era el combustible
vital del proceso de industrialización forzada, llevada
a cabo por una inestable sucesión de regímenes militares
autoritarios que mantuvieron su poder a través de la supresión
brutal de las revueltas y huelgas obreras.
Después de los acontecimientos de Kwangju, la clase
dirigente coreana intentó estabilizar la situación bajo
la presidencia del general Chun Doo-hwan (anterior jefe
de la KCIA) dando un barniz democrático a lo que seguía
siendo esencialmente un régimen militar autoritario. El
intento fracasó miserablemente. En el año 1986, se produjeron
concentraciones masivas de protesta en Seúl, Inch’on, Kwangju
y Pusan para finalizar en 1987 cuando estallaron más de
3300 conflictos industriales que implicaban reivindicaciones
obreras de aumentos salariales, mejor trato y mejores condiciones
de trabajo, forzando al gobierno a hacer algunas concesiones
para atender estas demandas.
Los años que siguieron a 1987 fueron demostrando
que la vía militar estaba agotada en lo que se refería a
ser la herramienta para el control y sumisión de la población
al poder central (y por ende de los grandes conglomerados
industriales). Si para adentro la imagen omnipresente de
las sucesivas dictaduras coreanas se tornaba insostenible,
para el exterior, eran el retrato de una época casi arcaica
que debía desaparecer definitivamente. Más aún, cuando su
principal aliado en el mundo, los Estados Unidos, había
reformulado su política internacional. Para principio de
la década del 90’ no quedaba más alternativa que buscar
una salida democrática ó por lo menos, algo que se le pareciese.
La burguesía coreana se las apañó, entonces, al menos para
erigir una convincente fachada de democracia que siguiese
ocultando la supervivencia en el poder de una alianza entre
los militares, los chaebols y el aparato de seguridad.
Los elementos expuestos hasta ahora, muestran escuetamente
en que contexto surgió y se desarrollo el movimiento obrero
surcoreano. Debemos ver, ahora, como este devenir histórico
influyó y condicionó a los trabajadores de este país.
Desde el punto de vista de lo podríamos denominar
“memoria colectiva” de
la clase, hay claramente una diferencia entre la experiencia
política y organizacional acumulada por la clase trabajadora
en Europa, que ya en 1848 empezaba a afirmarse como una
fuerza social independiente, y la clase obrera coreana.
Es particularmente sorprendente que el movimiento en Corea
durante la década de los 80’ estuviera marcado por una tendencia
a mezclar las luchas obreras por sus propias reivindicaciones
de clase con las reivindicaciones del “movimiento democrático”
por la reorganización del aparato del Estado burgués. Como
resultado, la oposición fundamental entre los intereses
de las fracciones democráticas de la burguesía no resultaban
inmediatamente obvios para los militantes que iniciaron
la actividad política en este periodo.
Otro aspecto de capital importancia que ha de influir
entre los trabajadores será específicamente el efecto de
la división entre el Norte y el Sur impuesta por los conflictos
entre el boque soviético y los EE.UU., además de la presencia
militar norteamericana en Corea del Sur y su apoyo a la
sucesión de regímenes militares que finalizó en 1988. Estos
elementos mencionados, han actuado –directa o indirectamente-,
para una contaminación general de la sociedad con un omnipresente
nacionalismo coreano, muchas veces disfrazado como “antiimperialismo”,
según el cual únicamente los EE.UU. y sus aliados aparecen
como fuerzas imperialistas. La oposición a los regímenes
militares y realmente a la sobreexplotación tendía a identificarse
–entonces-, con la oposición a los Estados Unidos de Norteamérica.
Finalmente, un rasgo importante de los debates
en el medio político coreano es la cuestión sindical. Particularmente
para la generación actual de activistas, la experiencia
sindical se basa en las luchas de la década del 80’
y principios de la del 90’, cuando los sindicatos
eran en gran parte clandestinos, aún no estaban burocratizados
y ciertamente estaban tanto animados como dirigidos por
militantes profundamente dedicados. Debido a las condiciones
de clandestinidad y represión, no pudo clarificarse para
los militantes de entonces que el programa sindical no únicamente
no era revolucionario, sino que ni siquiera servía para
defender los intereses obreros. Durante la década del 80’,
los sindicatos estuvieron estrechamente ligados a la oposición
democrática que enfrentaba a la dictadura, y cuya ambición
no era desmantelar el modelo de desarrollo de industrialización
forzada (donde el costo caía draconianamente en las espaldas
de los trabajadores) sino al contrario. Representaba, en
el máximo de los casos, la impugnación a la “forma” pero
no a la “manera” con la cual se venía desarrollo el capitalismo
industrial en el país. El proceso de “democratización” de la sociedad coreana desde
1990, ha puesto de manifiesto esta integración de los sindicatos
en el aparato estatal y ha causado una considerable desorientación
entre los activistas respecto a cómo reaccionar ante esta
nueva situación, ya que la yuxtaposición de elementos que
mezclan los intereses de los obreros con los eslogan y conceptos
de talante nacionalista dinamitan el real significado de
la lucha de los trabajadores. Por otro lado, el nacionalismo
ha servido muchas veces como elemento desmovilizador de
la lucha obrera. En variadas ocasiones, los reclamos presentados
hacía los conglomerados industriales o, hacía el propio
gobierno, podían ser reinterpretados como manifestaciones
implícitas de consignas “anticoreanas” que menospreciaban
el orgullo nacional.
El mayor desconcierto se suscitó durante la crisis
financiera de 1997. Ciertamente, el primer efecto de la
crisis fue el desencanto sufrido por la población surcoreana
al verse de improvisto retrotraída a la época de austeridad
y sacrificio impuesta por los regímenes militares, etapa
que en el inconciente colectivo se daba ya por superada
gracias a la bonanza económica producida. A este efecto
psicológico en masa le sobrevino una reacción chovinista
que arrastro a gran parte de la población, y dentro de ella,
a muchos trabajadores que abandonaron sus reclamos de clase
y se dispersaron en medio de consignas que poco tenían que
ver con la mejora en las condiciones de trabajo.
Desde una perspectiva histórica el nacionalismo
resulta un proceso bastante complejo que ocupa un largo
y contradictorio capítulo en la historia coreana; se impone
por tanto establecer una delimitación. El nacionalismo que
se ha expresado como consecuencia de la crisis, resulta
muy diferente del movimiento intelectual y de la lucha por
la independencia aparecido en la década de los años 20’
y al del nacionalismo revolucionario surgido también por
esa misma época. En el caso presente se trata de las manifestaciones
nacionalistas imbuidas durante la década de 1960. Éstas
tienen en común las ideas del nacionalismo cultural sobre
la importancia de construir las bases de la independencia
económica y política expresadas durante aquellos primeros
años, pero en su aparición actual son producto de la llegada
al poder de militares y de su llamado a la población a tener
confianza y poner lo mejor de uno mismo en aras del progreso
de la nación.
En efecto, a partir de los años 60’, proliferaron
las arengas presidenciales saturadas de constantes llamamientos
a formar un frente común que permitiera construir una nueva
conciencia nacional. El denominado sistema Yushin
fue el clímax de estas proclamas. Para ello se requería
la conjunción de esfuerzos de todo el conglomerado social
que convergiesen en la construcción de un único proyecto
de nación. La respuesta popular a estas alocuciones constituyó
una especie de “nacionalismo económico” que imbuyó en la
población las ideas de la autosuficiencia como virtud, meta
más significativa que la simple búsqueda de la prosperidad.
De esta manera, el nacionalismo quedó plasmado como un sentimiento
de acción colectiva opuesto a cualquier manifestación de
carácter individual. El movimiento obrero, indudablemente,
no fue ajeno a este proceso nacionalista, y por ende, muchas
banderas de reivindicaciones han debido de ser arriadas
en pos de este proyecto nacional.
No obstante, y como puede deducirse mediante una
lectura correcta de la Historia, los elementos que constituyen
y generan los estímulos de una nacionalismo unificador resultan
originar diversas reacciones. En el caso que nos atañe,
debe advertirse que
no será lo mismo el uso del nacionalismo que hacen los dueños
de los chaebols, con el fin de legitimar las acciones de
sus empresas, los privilegios que detentan y el control
que ejercen sobre los trabajadores, al que estos últimos
tienen sobre el estado de sus condiciones laborales. De
igual, manera, también resulta diferente el nacionalismo
preconizado por el gobierno al nacionalismo de los disidentes
que se oponen a sus políticas. En este sentido, resulta
inevitable el enfrentamiento entre todas estas tendencias
nacionalistas aunque en el fondo provengan de un mismo cuño.
A la crisis económica, se sumo la globalización,
que regando su camino con los tratados de “libre mercado”
ponían en jaque a varios sectores de la economía del país.
La competencia internacional y la apertura económica eran
una amenaza real para aquellos sectores industriales que
habían crecido al amparo del proteccionismo y la benevolencia
de los distintos regimenes militares. Ante esta nueva amenaza,
el repliegue fue –en muchas ocasiones- otra vez hacía un
discurso nacionalista que pregonaba la causa coreana como
único fin aglutinador de la sociedad y a la cual no se le
podía anteponer ninguna pretensión sectorial ni individual.
Para entonces, también, la clase obrera se había
modificado sustancialmente. Uno de los efectos sociales
que tuvo la transformación de Corea del Sur fue el incremento
de los niveles de vida y la tendencia generalizada hacia
la conformación de una clase media, estrato que por su novedad
resultó ser el sector clave del modelo de crecimiento. En
efecto, la industrialización y el desarrollo económico contribuyeron
a la formación de una clase media formada por obreros y
empleados de cuello blanco. Una estimación general señalaba
que este universo lo constituía aproximadamente un 40% de
la población, aunque según los datos de una encuesta levantada
en 1977, el 70% de la población se identificaba como miembro
de la clase media. Con el advenimiento de la crisis financiera,
ciertamente, el desempleo generalizado y la concomitante
reducción del ingreso causaron el descenso de los niveles
de vida de este sector mayoritario de la población. Ante
esta debacle, muchos miembros de este sector social se replegaron
hacia un celoso desinterés colectivo y se refugiaron en
la sola idea de poder salvarse del aluvión de desempleo
que arrasaba el país.
La situación creada por la turbulencia económica
tuvo sus efectos sobre las relaciones laborales deteriorando
la situación de los obreros. A la engañosa sindicalización
por empresa, la crisis, sumó -en muchos casos-, una desactivación
de la solidaridad entre los mismo trabajadores.
Así pareciera demostrarlo, por ejemplo, el acuerdo
que por ese tiempo firmaron Hyundai Motor Co. y el sindicato
de la empresa que puso fin a un mes de huelgas, el 24 de
agosto de 1998. La protesta del sindicato que agrupa a 26.000
trabajadores fue por la decisión de la empresa de despedir
a 1.538 obreros. El acuerdo pactado de ninguna manera implicó
la posibilidad de frenar el recorte de personal aunque,
según el director de la empresa, éste si contiene la intención
de establecer un nuevo tipo de relaciones industriales con
el fin de limitar al máximo el despido de trabajadores.
Naturalmente la mayoría de los observadores no
quedaron convencidos de este argumento y le hicieron toda
clase de objeciones. Mientras los dirigentes sindicales
se refirieron escuetamente al acuerdo como un documento
en que quedaron establecidas las bases de confianza mutua,
el Ministerio de Trabajo lo calificó como el punto de partida
de una nueva cultura de trabajo. Al mismo, tiempo subrayó
el hecho del reconocimiento formal por parte del sindicato
de la necesidad de efectuar recortes laborales. Si se interpreta
la cuestión como un éxito se trata entonces de un triunfo
limitado que difícilmente oculta el hecho de que se trate
de una decisión tomada bajo la presión del gobierno.
Observado esta dinámica de acuerdos, podemos entonces
afirmar que estos se transformarán a corto plazo en arma
de doble filo para los trabadores ya que implicara la pulverización
de la solidaridad y tornará irresistible la presión que
se ejerza políticamente para la resolución de los conflictos
laborales.
Se puede concluir que los obreros surcoreanos han
sido –y en cierto grado siguen siendo- de los más sacrificados
y combativos del mundo. No obstante, aún persisten en sus
raíces elementos que amordazan su accionar y su maduración.
La vertiente nacionalista – que se ha escondido muchas veces
bajo las banderas de la “democratización”- y que en cierto
grado a influido en el devenir histórico de este movimiento
conspira contra la voluntad solidaria y de reivindicaciones
que los obreros necesitan expresar y que deben tener. Desterrar
definitivamente de su cuerpo la herencia del Sistema Yushin
y todas aquellas consignas que encubren la desmovilización
y el individualismo será a futuro un gran desafío para todos
los trabajadores de Corea del Sur. Además, tendrá que decantar
sus objetivos para que estos no sean mezclados con otros
que poco tienen que ver con las demandas obreras. A sí mismo, deberá revelar la inutilidad del
nacionalismo como refugio para sus demandas, ya que este
lejos de auxiliarlo, socavará la legitimidad de los reclamos
y los terminará diluyendo en un mar de contradicciones.
[
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www.socialistworker.co.uk/art.php?id=13573
* Luciano Martín Lanare:
Estudiante avanzado de la carrera de Licenciatura en Historia
en la Universidad Nacional de La Plata. Miembro del Centro
de Estudios Coreanos que depende del Departamento de Asía
y el Pacífico del Instituto de Relaciones Internacionales
de la UNLP. Obtención del “Mención Especial” en el Concurso
Monográfico “Corea en el Mundo. Historia y Actualidad”.
Marzo 2005. Becado para realizar un curso sobre economía,
cultura e historia coreana en la República de Corea (RdC),
invitación realizada por el Gobierno de la RdC a estudiantes
de los países ABC y BRIC´s (Intercambio Educativo, Agosto
2005).