Naturaleza contradictoria de la contribución del bushi a la construcción del Japón moderno y sus implicancias para el presente

 

Autor: Guillermo Travieso González

Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires (UBA),

Centro de Estudios Japoneses, (UNLP)

 

Introducción

El presente trabajo propone una reflexión sobre una de las más importantes facetas de la herencia cultural de Japón, los bushi o samuráis guerreros, y su contribución a la construcción del Japón moderno. En la interpretación ortodoxa del aporte de la clase samurai a la modernización de Japón, su imagen y la tradición que representa son positivas. Los samuráis japoneses son ante todo héroes, modelos de guerreros, y para muchos, fueron fundadores de la japoneidad.

Tanto la historia de Japón como la palabra escrita han cultivado estas imágenes. Los samuráis fueron la clase gobernante de Japón y dominaron el escenario central político del país durante siglos. Épocas diferentes y cruciales de la historia japonesa como la instauración del sistema Bakuhan en el siglo doce, la unificación del país en el siglo dieciséis, y finalmente, la Restauración Meiji a finales del siglo diecinueve se produjeron bajo el indiscutible protagonismo de la élite  bushi. La restauración imperial y modernización industrial que llegaron luego del derrocamiento de la familia Tokugawa (1603 - 1867), fue emprendida por una facción de samuráis de bajo rango que intentó – y logró – remontar por esta vía las restricciones de clases impuestas por la familia Tokugawa y la profunda crisis de identidad nacional de fines de siglo diecinueve.

La influencia del bushi  en el desarrollo social de Japón también tomó una forma especial en la transmisión de su cultura peculiar, de su mentalidad, de su modo de ser, el cual combinaba la valentía honorífica del guerrero y la hidalguía  con  la vocación casi-religiosa por lealtad al clan, la casa o la familia. El samurai, según sus preceptos éticos, debía ser un bravo guerrero, y también un jinete hábil en el manejo de las armas la caballería. También debía llevar con orgullo el nombre de su clan familiar, ser leal a su señor y estar dispuesto a morir en cualquier momento.

La herencia cultural del bushi no sólo se transmitió de boca en boca de un modo espontáneo, sino que en ocasiones se lo hizo con toda la intencionalidad. Unas veces fue de la mano de los escritos de un grupo de bushi que en su mayoría vivieron los tiempos de la paz Tokugawa y consideraban imprescindible reflexionar sobre qué significaba ser un samurai sin guerras que pelear. [1] Durante el siglo diecisiete, el samurai vió cómo quedaban atrás sus días épicos y vió nacer el discurso de la ética del guerrero que se conoce como el bushidó o el camino del guerrero o la ética del samurai. [2] Otras veces el credo del guerrero se difundió mediante la palabra y las campañas de los gobernantes de  Meiji en los años de persuasión ideológica.  Si bien las medidas del gobierno Meiji habían conducido a la disolución de la clase samurai, su legado cultural permaneció en una manera menos visible y menos institucional. Después de la Restauración Meiji hubo varios esfuerzos organizados y no organizados de reinterpretar y manipular el simbolismo samurai, por ejemplo, con el movimiento para ampliar la moral cívica y la solidaridad nacionalista a finales del período Meji; con la educación militarista de la juventud en los años previas a la Segunda Guerra Mundial; y en la reconstrucción de posguerra a través de los esfuerzos por inculcar lealtad del pueblo japonés a las corporaciones. (Ikegami: 1995, 361).

Sin embargo el legado de la cultura bushi y de su sistema ético llega hasta el presente en medio de un conjunto de tensiones cuando se confrontan con la historia pasada y presente del Japón. Señalemos solo algunos casos. Una de ellas se produce con la llegada en 1853 del Comodoro Matthew Perry a la bahía de Tokyo con la demanda de que Japón abriera sus puertas al comercio con Occidente. La actitud belicosa de norteamericanos y europeos desanimó a muchos japoneses que temieron que las imponentes potencias occidentales tuvieran la habilidad militar, económica y cultural para invadir el país. La  mayoría política del Bakufu aceptó sin resistencia las condiciones de Occidente y además, la imposición de los  tratados comerciales desiguales. [3]

Otro hecho que revela las mencionadas tensiones es el siguiente: pese a su disolución como clase, el protagonismo político de los samuráis durante el gobierno Meiji fue significativo. Los samuráis perdieron su situación social privilegiada porque los líderes Meiji abandonaron la noción de que el samurai era la única clase social apta para gobernar al resto de los grupos sociales. Sin embargo, muchos ex-samuráis entraron en el servicio público bajo el nuevo gobierno Meiji. Para Eiko Ikegami la formación y el arraigado sentido del deber público de los ex-samuráis, sus hijos constituían una cantera inestimable de recursos humanos. [4] En la enseñanza, su presencia se expresó en los miles de puestos docentes que ocuparon en las nuevas escuelas primarias creadas por  el  gobierno, aunque en este caso de no haberlo hecho, la rebelión samurai habría sido feroz.

La pregunta que nos hemos hecho es ¿cómo entender estas y otras tensiones de la trayectoria del samurai en el acontecer histórico y político de Japón? ¿Pueden entenderse desde su propia tradición cultural, o están estas tensiones signadas por acontecimientos históricos fortuitos? La reflexión que proponemos es una que libra a la cultura bushi de esa interpretación cerrada que la hace exclusivamente un sistema ético y un conjunto de conductas basadas en preceptos y que excluye a la individualidad del samurai.  No se pueden buscar explicaciones a las rebeliones de Saigo Takamori - primero contra el gobierno Tokugawa por la restauración del sistema imperial, y luego contra el gobierno Meiji por la reivindicación del bushi  desclasado - solo en el arraigo de la tradición guerrera y la cultura del honor. Varios samuráis líderes de Meiji eran también portadores de los mismos preceptos. [5]

Uno de los pocos estudios que explora el sentido de individualidad dentro de la cultura samurai es el trabajo de la socióloga Eiko Ikegami The taming of the samurai: honorific individualism and the making of Modern Japan (1995). Ikegami estudia la cultura de la élite samurai para dejar claro que el concepto de individualidad no le es ajeno a la cultura japonesa y  que la aspiración del japonés moderno por la individualidad no es una consecuencia de la occidentalización de Japón. Nos dice además, que los japoneses tienen un recurso cultural autóctono para expresar su individualidad, y que las tensiones entre las aspiraciones individualistas y las normativas de conformidad pueden encontrarse a través de las etapas culturales sucesivas del Japón premoderno (Ikegami: 1995, 4).

La incorporación del concepto de individualidad a la comprensión de la cultura samurai permitiría entender sus tensiones internas con las conductas de orientación colectivista y la naturaleza contradictoria de la influencia de los bushi en el desarrollo social.  Este enfoque permite ligar de un modo más comprensible al japonés actual con los samuráis. Sería imposible encontrar este vínculo buscando las maneras en que vive el samurai en el corazón y la mente del japonés del presente. Sin embargo, sí podemos trazar una línea de continuidad entre las tensiones de la individualidad y la mentalidad corporativa de los hombres y mujeres del Japón contemporáneo, y las tensiones del pensamiento y los sentimientos de sus guerreros ancestros. Del mismo modo que contradictorias fueron las soluciones que encontraron los bushi a estas tensiones en distintas etapas del desarrollo social, también lo son las tensiones del hombre moderno.

El trabajo tiene el objetivo de analizar la tradición cultural del bushi desde sus orígenes y explorar sus tensiones internas. El eje analítico que consideramos importante es lado individualista de de la mentalidad y conducta del bushi y qué lugar ocupa en sus decisiones. Al incorporar al bushi individuo y las tensiones entre el individualismo y su conformismo con la cultura colectivista, creemos posible encontrar la base que sustenta sus marchas y contramarchas en el desarrollo social de Japón, sus acciones revolucionarias y contrarrevolucionarias, su nacionalismo y su chovinismo, por citar algunos ejemplos.

El trabajo primero aborda la historia del bushi desde sus orígenes y su transformación en una clase social madura hasta su disolución bajo la influencia de los cambios sociales introducidos por la Restauración Meiji. Luego exploramos la cultura de la violencia en la tradición bushi en su relación con otras dos dimensiones de su individualidad: el honor y el poder, son dimensiones con las que es posible relacionar la naturaleza contradictoria de su contribución al Japón moderno. Nos parece que las contradicciones en el seno de una tradición en la que también se expresan los móviles personales, llevan a tensiones en la acción histórica del sujeto social. Los bushi lideraron los gobiernos feudales, organizaron un golpe de Estado que desató una revolución que disolvió sus bases como clase y cultivó su tradición guerrera intentando construir hegemonía en la región asiática.

 

1. Formación, predominio y disolución de la clase samurai

Los orígenes del samurai se encuentran entre los siglos nueve y diez en pleno período Heian (794-1185). Mientras la corte de aristócratas del gobierno imperial disfrutaba en Kyoto de una vida cultural sofisticada, aparecieron ciertos grupos cuya principal característica era su destreza en el manejo de las armas. Los samuráis eran llamados de varias formas: tsuwamono, mononofu (términos que implicaban lo militar y las armas), bushi (hombre militar), y saburai (un término que significaba servir a la nobleza). Originalmente eran especialistas que brindaban servicios militares a la clase gobernante. La imagen  que se tiene de estos samuráis es la de hombres a caballo, con arcos, flechas y espadas curvas. Fueron el primer grupo social en Japón con una clara identidad como especialistas militares y con una base organizacional y una cultura propias (Ikegami: 1995, 47).

Antes del surgimiento de los samuráis, en el Estado antiguo, ya existían los militares, pero los bushi que emergieron más adelante se distinguían porque se consideraban los militares más sofisticados y de mayor profesionalismo. En el año, tras derrumbarse el sistema de conscripción de los campesinos del 792, las familias de la aristocracia militar provincial fueron requeridas nuevamente para servir como principal fuente del potencial militar humano. Es la difusión de esta nueva aristocracia militar lo que constituye la  llamada “ascensión de los bushi” y el retorno a la costumbre de que los particulares llevaran armas (Hall: 1971, 70).

En el siglo nueve, a medida que empeoraban las condiciones locales, el gobierno central tenía que delegar a las provincias ciertos poderes militares. También los miembros de la aristocracia en los shoen (propiedades privadas) locales consideraron la necesidad de armarse a sí mismos y a sus subordinados en la medida en que las autoridades provinciales se mostraban cada vez menos capaces de asegurar protección local. Las familias provinciales de alta posición social comenzaron a adiestrar a sus miembros en las artes técnicamente difíciles del manejo del arco, del uso de la espada y de la equitación, y a adquirir el costoso equipo de caballo y armadura que los hacía una élite militar.

Los bushi comenzaron a desarrollar nuevos intereses y nuevos vínculos que chocaban con la antigua estructura de poder y terminaron siendo un problema. En el siglo diez, aparecieron bandas de samuráis que estaban unidos por lazos de interés mutuo o asociación familiar. A la organización familiar se agregaba el elemento de obediencia militar que hacía a las alianzas constituidas más personales y más duraderas.

Las bandas armadas locales estaban encabezadas por los más prestigiosos miembros de la aristocracia local y provenían en realidad de la alta sociedad provincial. Esto se explicaba porque el costo de la tecnología la hacía una profesión aristocrática (Reischauer: 1986, 40).

En su forma más desarrollada, que cristalizó alrededor del período Heian tardío (segunda mitad del siglo once y comienzos del doce), los samuráis no solo sirvieron como mercenarios contratados, sino que extendieron su dominio al control sobre la tierra, que era el recurso económico más preciado en aquella sociedad predominantemente agrícola. Su participación  en el proceso de reclamaciones de tierras fue activa durante los siglos once y doce [6] , y con esto emergieron claramente como una clase de aristócratas terratenientes (Ikegami: 1995, 53).

 

2. La cultura de la violencia

El proceso de surgimiento del bushi tiene como ingrediente importante el empleo de la violencia como solución de conflictos. El samurai emerge de la violencia en su forma más temprana, menos madura, el samurai apareció como un experto en el empleo de la violencia. El uso profesional de la violencia era endémico al mundo del samurai en agudo contraste con la cultura de la corte imperial.

A mediados del período Heian la nobleza imperial de Kyoto estaba obsesionada con la visión de la “purificación” y la “contaminación”, consideraba que la “contaminación” con la sangre era peligroso ya que el espíritu de la persona que moría regresaba para provocarle daños a la persona que vivía (McMullin:1988, 272-274). Era costumbre que durante este período los puestos militares se reservaran con carácter hereditario a ciertas familias de la nobleza de nivel medio y bajo. Los bushi tenían menos prejuicios con respecto a la sangre, lo que algunos asocian a sus actividades de origen como la caza y la pesca.

Un consenso ubica a los primeros grupos de samuráis en esta aristocracia de nivel medio y bajo, a cuyos miembros le eran asignadas tareas militares y sobre una base hereditaria para pacificar la región del noroeste del país donde los llamados emishis, ciertas tribus nómadas, interactuaban con la población en perjuicio comercial y fiscal de la corte imperial. Los hombres bajo el mando de estos aristócratas militares no eran solo individuos especializados en la caza y la pesca, también aparecían criminales que habían sido expulsados de la de la sociedad tradicional (Ikegami: 1995, 61). El origen de esta forma temprana del samurai estaba aparentemente ligado a estos grupos violentos de guerreros de la zona noroeste del país, los cuales tenían una estrecha afinidad con la población autóctona no-agrícola. [7]

El siglo nueve tardío experimentó el surgimiento de bandas violentas que asaltaban a los recaudadores de impuestos y causaban un gran problema a las autoridades del gobierno central. Aunque la condición marginal de estos grupos puede no ser un punto de referencia que las conecte con los bushi, se cree que la profesión del bushi en el siglo once puede haber nacido de este fundamento de violencia. Las oficinas provinciales del gobierno fueron fuentes que nutrieron la formación de la clase samurai. En estas oficinas, al bushi se le asignó la importante tarea de proteger a  los recaudadores que se movían desde las oficinas locales hasta Kyoto. Los militares locales, por su reputación intimidatoria eran los más aptos para el trabajo. De esta manera y por diferentes vías, el samurai en su forma más temprana fue incorporado a la organización oficial del gobierno, donde incluso recibían grados oficiales de honor.

En la formación del bushi como clase, tres procesos jugaron un rol muy importante. Primero, el reclutamiento por los aristócratas locales fuerzas armadas propias que sirven de cimiento a los grupos de samuráis. Segundo, la expansión de sus posesiones territoriales a partir del levantamiento de la propiedad imperial absoluta de la tierra. Finalmente, la organización del liderazgo militar a través de la conformación de casas (ie) que combinaron funciones militares y económicas.

El desarrollo de la ie suministró el factor crítico en la formación y desarrollo de la cultura del honor samurai. Hasta ese momento, el guerrero peleaba con bravura en el campo de batalla por su propia reputación como hombre de armas, pero con el surgimiento de la ie, ahora tenía una razón para arriesgar su vida más allá de su honorable nombre. La continuidad del nombre de la casa y la protección de sus propiedades se convirtió en la preocupación central de sus miembros, y a ello se vinculaba íntimamente el honor de la casa.

Según Ikegami, a partir del período Heian tardío, y a través del período Kamakura (1185-1333), o sea a en la primera parte de la era feudal, emerge un sentido de orgullo asociado con el ser bushi de una identidad colectiva de guerreros que manifestaba las primeras señales de un estilo cultural distinto (Ikegami: 1995, 73). La cultura del honor adquirió una nueva dimensión con el desarrollo de las relaciones maestro-vasallo. Las relaciones y coaliciones políticas que emergieron constituyeron una comunidad de honor. El honor del guerrero se constataba en la batalla, de la misma forma que lo hacía el honor del líder. Para uno y para el otro, el honor era la principal fuente de perpetuidad del su nombre como guerreros.

La cultura del honor del bushi miembro de la casa, sin embargo, contenía también un aspecto individualista que se camuflaba con el principio moral asociado con el vasallaje y consistente en que él contribuiría al poderío y buen nombre de la casa dondequiera que el deber llamara. No toda su conducta en el contexto de su vida colectiva estaba movida por el orgullo individual y de grupo, el samurai individual tomaba parte en la batalla con la expectativa personal de obtener premios económicos. Es la relación de señor-vasallo la que sirve de fundamento a la emocionalidad y el espíritu de sacrificio del samurai. Las relaciones del bushi con la casa no eran solo honoríficas, sino también emocionales y personales.

Alrededor de la relación entre el ser individual y el conformismo con ciertas reglas de honor podían surgir otras tensiones  en la conducta porque la cultura de honor no crece de modo natural dentro de la cultura bushi. Especialmente durante los shogunatos hubo promoción ideológica intencional. Ahora bien, los modelos que se buscaban no eliminaban el hecho cierto de que la decisión honorable quedaba en manos del samurai, quien unas veces optaba por la lealtad absoluta y otra por la traición deshonrosa. No siempre predominó en la decisión del bushi el conformismo con ciertas actitudes impuestas desde las relaciones con la comunidad. El código no escrito de conducta de honor no impedía que hubiera bushi  que echaban a correr cuando perdían la ventaja en la batalla, o que otros permanecieran leales a su señor siempre que éste les diera premios o le otorgara favores. Los bushi podían llegar a cambiar de bando en medio de la batalla simplemente para proteger sus propios intereses (McCain:2002,78).

Retomando el análisis de la violencia como modo de ser es necesario destacar un hecho importante que se produce con el gobierno Tokugawa (1600-1867). Cuando el shogunato Tokugawa se puso a la cabeza como autoridad suprema y pacificó el país, se abrió una era en la que el Estado monopolizaba el uso de la violencia. Esta monopolización del uso de la violencia mediante el control y la desmilitarización forzosa de los grupos no samuráis en nombre de la llamada “paz pública” ya la había puesto en práctica Toyotomi Hideyoshi durante su gobierno (Ikegami:1995,153). La desmilitarización se producía a veces con escenas de excesiva crueldad como la ejecución de 83 campesinos en 1592 que protagonizaron una disputa por el agua. El proceso de unificación brutal continuó con Oda Nobunaga.

Hay otras dos dimensiones importantes de la violencia bushi son la violencia individual o privada en los duelos (kenka) y la aplicación de la violencia contra sí en la ceremonia de suicidio (junshi) mediante el desentrañamiento con una espada corta.

Durante los años de la guerra de los Estados que iniciada con la guerra de Onin (1467-1477) y que duró hasta la pacificación de Japón bajo el gobierno Tokugawa (1600-1867), una famosa ley; la ley de kenka ryōsebai) castigaba de un modo severo  a todas las partes de una disputa violenta independientemente de las razones detrás del conflicto. La ley marcó un descenso de la autodeterminación del bushi y el aumento del poder absoluto de los señores feudales.

Con el aumento de las restricciones a la violencia privada del gobierno Tokugawa, el bushi perdió una forma de expresar autónomamente su cultura de honor basada en la violencia. Entonces, sus impulsos agresivos, en vez de dirigirlos hacia sus oponentes, los volvía contra sí mismo. De esta forma se intensificaron los suicidios rituales del samurai.

Tokugawa no suprimía las expresiones individuales violentas del sentido del honor, sino que no las permitía incondicionalmente. El shogunato puso los valores de la ley y el orden por encima de los valores que habían gobernado toda la vida de los bushi. Pero también  incorporó algunos conceptos nuevos. La dignidad del bushi se debía mantener no solo mediante su fortaleza física, sino mediante su devoción por el bien público. Y s obvio que no todos los samuráis se comportaron en correspondencia con este concepto.

A mediados de la era Tokugawa, el modelo del samurai-burócrata emergió como el modelo favorito del samurai. Pero según Ikegami, “la complejidad real del dilema cultural del samurai radicaba en el hecho de que aún los más responsables samurai-burócratas con frecuencia tenían una fascinación latente por la tradición medieval en torno a la pasión intensiva del modo de vida samurai” (Ikegami: 1995,240).

Bajo el gobierno Tokugawa también se hizo una reinterpretación de ciertas prácticas de la cultura de honor según las nuevas normas de disciplina. El samurai podía aplicar la violencia privada pero de forma corta y burocráticamente administrada y justificada. Esta nueva realidad se proponía la creación de un nuevo lenguaje de la ética bushi para dar apoyo al régimen Tokugawa. El uso autónomo e individualista de la violencia era considerado “privado” e “ilegal”. De esta forma el espíritu del guerrero era capaz de reafirmar su valor solo a través de la lógica del Estado.

Con Tokugawa se produce la transición a la cultura bushi centrada en el Estado. Los nuevos mecanismos de exaltación de la virtud transformaron el honor del bushi y de su ie en medios designados para lograr los propósitos del Estado.

En la última parte del período Tokugawa, en términos generales se debilitó la conexión del concepto del honor samurai y el ejercicio de la violencia, aunque no de un modo absoluto. Para los bushi vasallos solo quedaba mostrar de tiempo en tiempo que eran samuráis (Ikegami: 1995, 260).

El desarrollo de la cultura comercial urbana en la que muchos samuráis se sumergieron contribuyó a que a comienzos del siglo dieciocho, el espíritu del samurai entrara en decadencia. En el pacífico ambiente del período Tokugawa, que les permitía disfrutar de un ingreso seguro a partir de los estipendios del gobierno, muchos bushi se volvieron una clase dedicada al óseo. Por eso no es casual encontrar dentro de la población bushi de Tokugawa ejemplos de samuráis que combinaron algunos aspectos de las tradiciones del guerrero tales como la práctica de las artes marciales, de un lado, y las conductas hedonísticas y moralmente inconsistentes, como las recogidas en una especie de diario por el samurai burócrata Asahi Bunzaemom (1674-1726).

Estas tensiones no se produjeron solo en el período Tokugawa tardío, sino también, por ejemplo, durante las guerras entre los Estados, un período donde la cultura del honor militar alcanzó un punto alto. En aquel entonces, el bushi experimentaba un intenso sentido de autoestima, pero no significaba que toda su conducta estuviera construida a partir de un modelo puritano.

 

3. Renacimiento de la cultura de origen y su transformación con el gobierno Meiji

Durante la etapa final del período Tokugawa, dentro de la comunidad bushi se produce un despertar de la identidad colectiva e individual, disparadas a partir del encuentro de Japón con el imperialismo de las potencias occidentales. El arribo de las grandes flotas de barcos occidentales demandando la apertura de los puertos japoneses al comercio (1853-1854), las noticias acerca de la Guerra del Opio y la derrota de China alimentaron el despertar de los sentimientos de una buena parte de la comunidad bushi, que hasta ese momento dormitaba como resultado de un grupo de cambios institucionales dirigidos a pacificar y ordenar el país, los cuales debilitaron la cultura de la violencia del bushi.

Con la apertura forzosa a las presiones de Occidente, se instaló una crisis política nacional que dejó al mundo de los bushi dividido en dos. De una parte estaba el gobierno shogunal y su posición claudicante ante las amenazas de Occidente. Y del otro estaban los bushi  de todos los niveles jerárquicos que atacaron esta conducta del shogunato Tokugawa convencidos de que decididamente era una afrenta inaceptable al orgullo individual del bushi, al honor de los señoríos y a la dignidad de la nación. Muchos bushi consideraron las concesiones a Occidente un agravio, sobre todo a su orgullo e independencia personales y por eso pasaron a la resistencia violenta xenófoba, el activismo político y las sublevaciones. Especialmente intenso fue el renacer de la cultura de la violencia. En los primeros años que siguieron a la apertura de los puertos hubo una buena dosis de violencia dirigida a los extranjeros que vivían en Japón. Las víctimas de tal violencia también lo eran los japoneses empleados por los extranjeros, o sospechados de haber contribuido a la presencia prolongada de los extranjeros en el país (Beasley: 1995, 71).

El gobierno Tokugawa terminó siendo derrocado no como consecuencia de los actos de fanatismo individualista ni de las medidas que las bandas de guerreros pusieron en práctica para aterrorizar a los extranjeros y al gobierno, sino como fruto de las alianzas de los principales líderes anti-Tokugawa lograron crear una fuerza militar organizada para su movimiento contra el gobierno.

Con la Restauración Meiji (1868), la cultura bushi se fusiona con el nacionalismo. Este proceso de fusión se produce a través de la reinterpretación de la cultura bushi aún después de su disolución como clase. Una vez que se abolieron los privilegios de los bushi y se introducían las iniciativas económicas del Estado para el crecimiento, emergió instantáneamente un interés por la movilidad social. Por otra parte, la ideología de la ie se traducía como la ideología del Estado-familia encabezada por la imagen paternal del Emperador. El japonés de Meiji fue persuadido de que la prosperidad de su ie estaba vinculada a la prosperidad y el éxito de su país.

El gobierno Meiji disuelve la clase samurai y redirige su cultura en la medida en que contribuye al cambio. Mucho ex-bushi pasaron a prestar servicio en las nuevas instituciones como burócratas, oficiales e instructores militares, como docentes, y en algunos casos, como empresarios. El monopolio de la violencia se mantuvo en manos del Estado, pero la cultura del honor y la lealtad se diseminó como instrumento de persuasión ideológica en manos de la cúpula gobernante para implementar los aspectos revolucionarios de la modernización social.

La primera generación de intelectuales de Meiji, que incluye  a uno de sus prominentes impulsores, Yukichi Fukuzawa, se sintió atraída por la filosofía occidental que hacía énfasis en el individualismo y no en el tradicional colectivismo japonés. Eran además, en su mayoría intelectuales ex-bushi que habían crecido dentro de esta cultura. Esto significaba que el abrazo de la nueva mentalidad moderna no representaba una ruptura total con su propia cultura.

La tradición resultó ser fuente de cambio porque es el lado individualista de la cultura bushi la que reinterpreta que el éxito personal ya no está asociado al éxito del señor o el de la ie, sino al éxito del país.

Para los líderes del gobierno Meiji, la construcción del nuevo orden social y económico no necesitaba ni de la actitud agresiva de la cultura bushi, ni de la inmovilidad social, ni su sistema hereditario. Lo que necesitaba la construcción de la nueva nación era que los ex-bushi concentraran sus energías y su coraje honorífico en las tareas democráticas, en la construcción económica y en la nueva organización militar.

Naturalmente que como en los tiempos anteriores, surgieron tensiones a partir de esta nueva reinterpretación de la cultura de una clase en proceso de disolución. Del mismo modo que antes no todos los samuráis asumían cabalmente las exigencias de los códigos de conducta desde una individualidad que contrastaba con el conformismo, con la Restauración Meji, algunos ex-bushi y figuras de la revolución como Saigo Takamori, se apartaron del las transformaciones y pasaron al campo de la contrarrevolución porque pertenecían a un sector de la clase disuelta que querían continuar satisfaciendo sus intereses individuales en conformidad con las antiguas reglas de origen del honor medieval. Esas reglas eran la violencia como solución de conflictos, los privilegios para la clase élite, y las relaciones de vasallaje.

 

 

4. El carácter dual de la contribución de la cultura bushi

La Restauración Meiji fue orquestada por ex-bushi. La transformación social, política y económica tuvo un carácter revolucionario. Sin embargo, ¿es todo positivo lo que aporta la cultura bushi al proceso de modernización de Japón a finales del siglo diecinueve? ¿Acaso no es importante considerar las sublevaciones samuráis, las luchas de poder, los asesinatos políticos, la trama de los vínculos del poder político con los grandes negocios y el curso guerrerista de la cúpula gubernamental? Creemos que sí, aunque es imposible abordar el análisis de la concatenación lógica e histórica de estos hechos en el marco de este trabajo.

Uno de los ejes fundamentales de este trabajo ha sido la relación de la cultura bushi con la violencia, y es precisamente este uno de los hechos donde podemos encontrar nudo de contradicciones en la modernización Meiji. La Rebelión de Satsuma de Saigo Takamori recreó bajo Meiji la cultura de la violencia del bushi. Saigo representa el descontento de los ex-bushi que no siempre encontraban una ocupación a la altura de sus expectativas y tradiciones. Saigo no había dejado de ser un militarista que quería un Estado dirigido por bushi y entendía que la guerra era la razón de ser del samurai. Esto, indudablemente, se correspondía con la ética del guerrero, pero no con la ética del progresismo. Esta en una de las expresiones embrionarias del papel contrarrevolucionario de la clase bushi durante la modernización Meiji (Akamatsu: 1977, 248-2489). El proyecto de Saigo de hacer la guerra a Corea en 1973 no se concretó y su sublevación contra las reformas fracasó. Aún así, es visto como uno de los principales héroes de la nación.

Pero el fracaso del lenguaje de la violencia de Saigo no murió con su derrota a manos del ejército del gobierno Meiji. En realidad no prosperó la guerra a Corea porque el gobierno no estaba preparado y, por lo tanto, lo único que hizo fue postergarla.

Hay otra figura protagonista de aquellos cambios históricos, que sirve como ilustración de las contradicciones en el aporte de los bushi. Okubo Toshimichi era sin duda alguna uno de los líderes de la Restauración que más impulsó los cambios, hasta el punto de morir asesinado a manos de quienes lo odiaban por considerarlo culpable de la destrucción de la tradición de los señoríos feudales. La ruptura de Okubo con el tradicionalismo (Akamatsu: 1977, 283) fue solo superficialmente, cuando lo alejó a Saigo del poder y contribuyó al fracaso de la expedición a Corea. En 1874, sin embargo, aceptó la expedición militar a Formosa y en 1875 una pequeña acción contra Corea. Fue revolucionario en la abolición de los feudos y en la supresión de los privilegios de los bushi, pero fue contrarrevolucionario también cuando reforzó los dispositivos de coerción con la promulgación de la ley sobre la censura en 1875. Para algunos esto significaba el fin del movimiento de la renovación.

Otro punto de controversia sobre la contribución de los bushi a la modernización se refiere a la gestión burocrática y la empresarial. Está claro que una de las fuentes de trabajo  más importantes de los ex-bushi era la administración estatal (burocracia), pero se ha dicho que si bien era una actividad que había a comenzado a realizar en tiempos del gobierno Tokugawa, su trabajo no era eficaz de modo absoluto. Japón no disponía realmente de un cuerpo eficaz de funcionarios al servicio del gobierno. Según W. Beasley, muchos bushi no desempeñaban más que tareas castrenses y la mayoría estaban subempleados. Era común la queja de los reformadores de que habían mas puestos que tareas (Beasley: 1995, 23-24).

En el caso del samurai-empresario también existen inconsistencias. Hay un estudio seminal del historiador económico Kozo Yamamura que analiza las actividades  empresariales del bushi y alcance real. Yamamura destaca que en la interpretación clásica de la modernización, el samurai es la figura que aparece desempeñando el rol más activo y renovador debido a que poseía una vocación de servicio, virtudes de orden y una formación intelectual (Yamamura: 1974, 137). El bushi era visto como el empresario por excelencia.

Sin embargo, esto no era así ya desde el período Tokugawa. Eran minoría los bushi con conocimientos comerciales y financieros. “Eran numerosos los samuráis cuya hacienda estaba en completo desorden por su incapacidad de enfrentarse a la economía urbana en la que vivía (Beasley: 1995, 32).

La mayoría de los empresarios importantes del período Meiji no eran de origen samurai. Tampoco era el espíritu bushi lo que explicaba sus éxitos empresariales. Los casos de Yataro Iwasaki, fundador del conglomerado Mitsubishi y de Zenjiro Yasuda el llamado “Rey de la banca” son algunos de los ejemplos que ilustran que lo de la contribución decisiva de la cultura bushi al éxito de la empresa de Meiji no es más que un mito. Aún donde el ex-bushi era exitoso, no puede afirmarse que el éxito se debía a que el era portador de virtudes excepcionales para los negocios impulsados por el gobierno. Yamamura revela que hubo casos en que el estilo samurai de gerencia burocrática, inspirada en la mentalidad de los viejos señoríos feudales, en ocasiones se tornaba una desventaja en la competencia (Yamamura: 1974, 147).


A modo de conclusión

La incorporación del concepto de individualidad a la comprensión de la cultura samurai permite entender que la tradición samurai no es solo portadora de actitudes conformistas vinculadas al contexto de relaciones colectivistas en el que se desarrolló el samurai maduro. Esta consideración permite vislumbrar las tensiones internas de la mentalidad y la conducta del bushi y de qué manera contradictoria los bushi influyeron el desarrollo social antes y después de su disolución como clase. 

Primero el samurai emergió de la violencia en su forma más temprana, menos madura, apareció como un experto en el empleo de la violencia. Luego se convirtió en una clase privilegiada y poderosa que por mucho tiempo dirigió los destinos políticos de la nación.  Fueron épocas en las que las decisiones de conformidad de los gobiernos feudales encubrieron intereses de poder de facciones y de individuos.

La relación de la cultura bushi con la violencia es precisamente uno de los hechos donde podemos encontrar un importante nudo de contradicciones de la modernización Meiji. El fracaso del lenguaje de la violencia de Saigo no murió con su derrota a manos del ejército del gobierno Meiji. En realidad lo que había ocurrido era que el gobierno no estaba preparado para la guerra y lo único que hizo fue postergarla.

Del mismo modo que contradictorias fueron las soluciones que encontraron los bushi a estas tensiones en distintas etapas del desarrollo social, también lo son las tensiones del hombre moderno y su relación con su tradición cultural, una relación en la que a veces actúa de conformidad con reglas y patrones, y otra siguiendo sus propias motivaciones personales sin que esto signifique que se aparta de sus raíces culturales. Este enfoque puede ligar de un modo más comprensible al japonés actual con los samuráis.

 

 


Bibliografía

Akamatsu, Paul. (1977) Meiji – 1868. Revolución y contrarrevolución en Japón. Siglo Veintiuno.

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[1] En tiempos de guerra como la Guerra Genpei del siglo once tardío o las turbulentas guerras de los Estado, lo que se esperaba del samurai era la bravura, sus habilidades como jinete, en el manejo de la espada, el orgullo del nombre, la lealtad a su señor y la disposición para morir en cualquier momento (McClain, 2002: 77).

[2] Vale aclarar que el bushidó adopta la forma de código estricto hacia comienzos del siglo nueve, bajo la llamada era Heian y alcanza su máximo apogeo durante el siglo doce. (Tavani: 2007, 12)

[3] Aunque es cierto también que estos acontecimientos marcaron el comienzo del final del gobierno Tokugawa.

[4] Según Hidehiro Sonoda en 1881, los ex-samuráis y sus familias constituían el 5.3 por ciento de la población y ocupaban el 40.7 por ciento de los puestos oficiales.  (1990:103). Citado por E. Ikegami.

[5] Incluso algunos como Saigo y Okubo Toshimichi, entonces enfrentados bajo Meiji, habían sido compañeros de armas desde 1863.

[6] A mediados del siglo ocho el Estado Ritsuryo modificó la política agraria y permitió a los individuos poseer nuevas tierras como su propiedad personal.

[7] Ikegami advierte que el material histórico que puede ayudar a captar la cultura y mentalidad de estos primeros samuráis es limitado ya que solo se cuenta con menciones indirectas en unos pocos documentos disponibles.

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