El Congreso de Viena, que
clausuró la época de las guerras napoleónicas, restauró el mapa de Europa a
base de dos principios contrapuestos: el de la legitimidad y el de las
apetencias de expansión de los Estados vencedores. De este modo surgió una
nueva ordenación política del continente, destinada a durar hasta la
unificación de Italia y Alemania. Su rasgo más evidente es la simplificación
del mapa europeo.
Los hechos territoriales más
notables son, sin duda, la desaparición del Estado polaco, absorbido por
Rusia, Austria y Prusia, y la constitución de las monarquías sueconoruega
y belgoholandesa. La primera castigaba a Dinamarca por el apoyo prestado
a Napoleón y la segunda tendía a forma un bloque político que taponara una
posible agresión francesa en los Países Bajos. Respecto a Rusia, se le
reconocieron las anexiones de Besarabia y Finlandia; Austria, por su
parte, se incorporó, con la Galitzia polaca, Venecia y sus posesiones
adriáticas, formando el reino Lombardovéneto. También Prusia
logró un gran aumento de su territorio, no sólo con la mitad del reino de
Sajonia, sino con la importante región de Renania, fronteriza con Francia y el
nuevo reino de los Países Bajos.
En cambio, los diplomáticos de Viena
no recogieron el manifiesto sentimiento nacional unitario que animó a los patriotas
de Alemania en 1812, por lo que el país continuó disgregado en varios reinos
y principados, bajo una innocua ConfederaciónGermánica.
Sus principales miembros fueron Austria, Prusia, Baviera, Sajonia, Wurtemberg,
Hannóver y Baden.