El arte mesopotámico refleja al mismo tiempo la adaptación y el miedo de las gentes a las fuerzas naturales, así como sus conquistas militares.
En
las ciudades de Mesopotamia, el templo fue el centro del comercio y la
religión hasta que fue desbancado en importancia por el palacio
real.
El suelo de Mesopotamia proporcionaba el barro para los adobes que fueron el material constructivo más importante de esta civilización. Los mesopotámicos también cocieron esta arcilla para obtener terracota, con la que realizaron cerámica, esculturas y tablillas para la escritura.
Se conservan pocos objetos en madera. En la escultura emplearon basalto, arenisca, diorita y alabastro. También trabajaron algunos metales como el bronce, el cobre, el oro y la plata, así como nácar y piedras preciosas en las piezas más delicadas.
El arte de Mesopotamia abarca una tradición de 4.000 años con estilo aparentemente igual. Hasta la conquista por los persas en el siglo VI a.C. cada uno de los grupos que la habitó, hizo su propia contribución al arte mesopotámico.
Las estatuas más típicas son figuras de hombre o mujer de pie, llamados orantes, ataviados con largas túnicas con las manos tomadas a la altura del pecho, siendo la cara la parte más llamativa del conjunto por el relieve de los ojos normalmente realizados con piedra. En cuanto a los relieves, estos han sido de una importancia fundamental para comprender la historia, la iconografía religiosa y el ceremonial de los pueblos mesopotámicos.
Existían
varios tipos, entre ellos los esculpidos en la piedra y los realizados
sobre ladrillos esmaltados
como es el caso de los pocos restos encontrados de la famosa "Puerta de
los dioses" (de hecho, eso significa Babilonia) y los de arcilla. Dependiendo
del pueblo y de la ciudad los temas y los estilos variaban: durante las
dinastías
acadia y persa la temática era la narración de la victoria
de los reyes, mientras que en tiempos de los babilonios se preferían
las representaciones de las divinidades o de las tareas cotidianas del
pueblo.
Entre los valores más preciados de este tesoro se cuenta el tocado de una de las sesenta y cuatro cortesanas enterradas en el sepulcro real, de una suntuosidad y un diseño exquisito, en el que finísimas láminas de oro imitan hojas y pétalos de flores. Restos de vajilla labrada en oro y numerosísimas estatuillas de cobre, uno de los metales más trabajados, así como collares y brazaletes de cornalina, lapislázuli y plata e instrumentos musicales con piedras preciosas completaban el tesoro más antiguo del mundo oriental.
En las formas y el modelado del metal se descubre un naturalismo
de cierta ingenuidad, con obsesión por el detalle ornamental. Se
hace difícil un estudio del estilo general de la orfebrería
mesopotámica debido a la gran variedad de pueblos y culturas que
poblaron sucesivamente el territorio. Sin embargo, en todos lo objetos
se descubre el valor de
las fuerzas de la naturaleza y la esperanza del hombre en una vida después
de la muerte, algo que explica que los objetos más valiosos se encontraran
en los sepulcros.
También durante el imperio Persa (VI a.C.) la orfebrería experimentó un florecimiento. Los tesoros encontrados en las excavaciones dan cuenta de la habilidad de los artesanos en la realización de bellísmos utensilios y objetos decorativos en oro y plata. Destacan sobre todo las piezas del último período del Imperio. El naturalismo de las estatuillas destinadas a los hipogeos y el logrado dinamismo de su decoración refleja la influencia de los artistas griegos.
El
zigurat de la ciudad de Ur es uno de los que mejor se ha conservado gracias
a que después de su destrucción, por los acadios, el rey
Nabucodonosor
II lo mandó reconstruir. El templo constaba de siete
plantas y en la terraza se encontraba el santuario. Se cree que en la reconstrucción,
se intentó copiar la famosa torre
de Babel, hoy destruida. A la última planta se accedía
por interminables y estrechas escalinatas que rodeaban los muros.
La arquitectura monumental aqueménida
retomó las formas babilónicas y asirias con la monumentalidad
egipcia y el dinamismo griego. Los primeros palacios de Pasargada de Ciro
el Grande (559-530) poseían salas de doble hilera de
columnas con capiteles
en forma de cabeza de toro de influencia jónica. Para centralizar
el poder, Darío (522-486) transformó en capitales administrativas
y religiosas a Susa y Persépolis respectivamente.
Sus palacios fueron los últimos testimonios de la arquitectura oriental
antigua.
En cuanto a las tumbas, los monarcas aqueménidas,
que no siguieron la tradición zoroástrica
de exponer sus cadáveres a las aves de rapiña, excavaron
fastuosos monumentos funerarios
en las rocas de montañas sagradas. Una de las más conocidas
es la tumba de Darío I, en la ladera del monte Hussein-Kuh. Su fachada
imita el portal de un palacio, y se halla coronada con el disco del dios
Ahura Mazda. Este fue el modelo seguido posteriormente en las necrópolis.
Las típicas figuras de perfil con los brazos y
el cuerpo de frente de los murales egipcios, son producto de la utilización
de la perspectiva aspectiva. Los egipcios no representaron las partes del
cuerpo humano según su ubicación real sino teniendo en cuenta
la posición desde la que mejor se observara cada una de las partes:
la nariz y el tocado de perfil, que es como más resaltan; y ojos,
brazos y tronco, de frente. Esta práctica se mantuvo hasta mediados
del Imperio Nuevo, luego se prefirió la representación frontal.
Un capítulo aparte en el arte egipcio lo constituye
la escritura. Un sistema de más de 600 símbolos gráficos
denominados jeroglíficos, se desarrolló a partir del año
3.300 a.C. y su estudio y fijación fue tarea de los escribas. El
soporte de los escritos era un papel fabricado en base a la planta del
papiro. La escritura y la pintura se hallaban estrechamente vinculadas
por su función religiosa. A las pinturas murales de los hipogeos
y las pirámides se las acompañaba
de textos y fórmulas mágicas dirigidas a las divinidades
y a los difuntos.
Es curioso observar que la evolución de la escritura
en jeroglíficos más simples, la llamada "escritura
hierática"
determinó en la pintura una evolución similar, traducida
en un proceso de abstracción. Estas obras menos naturalistas, por
su correspondencia estilística con la escritura, se denominaron
a su vez "pinturas hieráticas". Del Imperio Antiguo se conservan
las famosas pinturas "Ocas de Meidun" y del Imperio nuevo merecen mencionarse
los murales de la tumba de la reina Nefertari, en el Valle de las Reinas,
en Tebas.
Las
estatuillas de barro eran piezas concebidas como complementarias del ajuar
en el ritual funerario. En cuanto a las estatuas colosales
de templos y palacios, surgieron a partir de la Dinastía
XVIII como parte de la nueva arquitectura imperial. Poco a poco, las formas
se fueron complicando y pasaron del realismo ideal al amaneramiento
completo. Con los reyes tolemaicos
la gran influencia de Grecia se hizo sentir en la pureza de las formas
y el perfeccionamiento de las técnicas.
En un principio, el retrato tridimensional fue privilegio de
faraones y sacerdotes. Con el tiempo fue posible a ciertos miembros de
la sociedad como escribas
y sacerdotes. De los retratos reales más populares merecen mencionarse
los dos bustos de la reina Nefertiti,
considerada una de las mujeres más bellas de la historia universal.
Ambos son obra de uno de los pocos artistas egipcios conocidos, el escultor
Thutmosis, y se encuentran hoy en los museos del Cairo y de Berlín,
respectivamente.
No fueron menos importantes las obras de orfebrería, cuya maestría y belleza son suficientes para testimoniar la elegancia y el lujo de las cortes egipcias. Los materiales más utilizados eran el oro, la plata y las piedras. Las joyas siempre tenían alguna función específica (talismanes), lo mismo que los objetos elaborados para templos y tumbas. Los orfebres también colaboraron en la decoración de templos y palacios revistiendo muros con láminas de oro y plata labrados con inscripciones, de los que apenas quedaron testimonio.
También se debe a Imhotep la utilización
de la piedra en lugar del barro, que sin duda servía mejor en vistas
a la conservación del cuerpo del difunto. Las primeras pirámides
fueron las del rey Zoser
y eran escalonadas. Las más célebres del mundo pertenecen
sin embargo a la IV dinastía y se encuentran en Gizeh: Keops,
Kefrén
y Mikerinos
de caras completamente lisas. La regularidad de ciertas pirámides
se debe, aparentemente, a la utilización de un número
áureo que muy pocos arquitectos conocían.
Otro tipo de construcción fueron los hipogeos, templos excavados en las rocas dedicados a varias divinidades o a una en particular. Normalmente se hallaban divididos en tres cámaras de las cuales la primera era para los profanos, la segunda para el faraón y los nobles, y la tercera, para el sumo sacerdote. La entrada a estos templos eran guardadas por galerías de colosos o esfinges. En cuanto a la arquitectura civil y palaciega, las ruinas que se conservan permiten recabar muy poca información al respecto.