LAS CASAS DE MONEDA  ESPAÑOLAS EN AMÉRICA DEL SUR

 

III.- El siglo de las reformas

 

Recojo de macuquinas y fabricación de cuartillos

 

 

         Las autoridades de los virreinatos del Perú y de Buenos Aires, solicitaron a España se dispusiese el recojo de la moneda macuquina que circulaba aún en esos territorios, por el perjuicio que estaba causando al comercio.  Las juntas de comercio y moneda informaron al rey sobre el particular el 21 de febrero de 1784 y Su Majestad dio en Aranjuez una Real Orden el 30 de abril siguiente en la cual especificaba que:

 

"...inviolablemente y por quantos términos parezcan oportunos, se recoja dentro del plazo de dos años en sus casas de moneda toda la plata macuquina para que se refunda y convierta, haciéndose saber esta determinación por todo el Reyno para que si después de dicho plazo quedase alguna plata macuquina en poder de individuos particulares, esta no tenga valor en el comercio público, y solo se le de en las casas de moneda el que corresponda a la ley y peso que tubiese, sin que puedan alegar ignorancia con que disculpar su omisión, y hacer malquista una providencia tomada a beneficio del público, y en cuyo cumplimiento ha impendido su Real Hacienda tan cuantiosos gastos." [1]

 

         Por la misma Real Orden, mencionada arriba,  se prohibió el envío a España de moneda que no fueran de pesos o medios pesos, argumentándose que las monedas menores causaban confusión en la península al mezclarse con la moneda provincial; pero también porque era notoria la falta de moneda fraccionaria  en el virreinato, lo que causaba constantes problemas y dificultades en las transacciones comerciales de todo tipo.  Por las razones mencionadas, recomendaba el rey que se acuñasen "sin perjuicio de otras urgentes labores de su Real Casa de Moneda", una buena cantidad de "moneditas" de plata equivalentes a cuartillos de real,  "para comodidad del pueblo en su menudo comercio." [2]

 

         Recibida la orden procedió el virrey a informar al superintendente de la casa de moneda sobre los puntos tratados en ella, y este, luego de consultar con el encargado de la fielatura contestó a Teodoro de Croix que no había ningún inconveniente en lo del recojo y refundición de la plata macuquina ni en evitar la remisión a España de la moneda menuda que tanta falta hacía en el virreinato, pero en cuanto a la acuñación de los cuartillos encontraba el fiel el inconveniente de tratarse de una cantidad que estaba por sobre la que se había comprometido a acuñar en moneda menuda al momento del remate del oficio de fiel.  Estaba, sin embargo, dispuesto a fabricar los cuartillos en caso de que rebajada a veinte mil marcos los veintisiete mil que se había obligado a labrar en plata menuda.

 

         En el caso de aceptarse la propuesta, podía el superintendente, acuñar anualmente cuatrocientos marcos en monedas de cuarto de real.  Argumentaba el fiel que la fabricación de cuartillos requería de mayores costos por las "innumerables menudencias del instrumento: muñecas y otros trabajos para la fundición de cizallas, escobillas, etc." [3]

 

         Se sumaba a las consideraciones del fiel sobre la acuñación de los cuartillos el hecho de que, como menciona el virrey en su memoria, a fines de 1784 se hallaba la casa de moneda recargada en sus labores por aproximarse la fecha de la salida de los "registros" a Cádiz, y por el aumento de la labor que significaba la refundición de la plata macuquina. [4] El hecho es que los primeros cuartillos se comenzaron a acuñar en 1792, y llevan el retrato de Carlos II, modelo que fue pronto cambiado, en 1796, por el de leones y castillos que se seguiría produciendo hasta el fin del dominio español en América.

 

         El virrey Teodoro de Croix no se dejaba convencer fácilmente por las opiniones de sus subordinados, y menos aún por la del fiel de la casa de moneda.  Consideraba el flamenco que en los tiempos difíciles en que se encontraba la Corona por los gastos que había significado el terminar con el levantamiento de Túpac Amaru en el Cusco, y por el mantenimiento de una flota en las costas del Pacífico para defender el litoral de posibles ataques dada la situación de guerra en que estaba España con la "nación Británica", era justamente la recuperación de la fielatura de la ceca una de las maneras que permitirían obtener los fondos tan necesarios en esos momentos.  Durante el gobierno de Croix se remató la fielatura dos veces y así tuvo el virrey la oportunidad de evaluar los pros y contras del cambio del sistema.  Decía el virrey que estaba "persuadido que la negociación es ventajosa a los asentistas, y que el rey a más de excusar un salario de dos mil pesos que contribuye el arrendatario del ramo, ahorraría lo que le paga por la amonedación."

 

         Era consciente Croix que los fieles incluían siempre gastos alzados al momento de hacer sus cálculos para que sus utilidades parecieran menores, como en el caso específico en el que consideraban salarios de hombres libres para trabajos en los que utilizaban esclavos propios.  Al momento en que se les hacía notar esa diferencia aducían que debían tener siempre personal a la mano para que en caso de aumentar la producción, no sufrieran retrasos los intereses de la Corona, y también para el caso en que si moría un esclavo, este pudiese ser reemplazado de inmediato por un hombre libre.

 

         En el primer remate de la fielatura que se hizo en el gobierno del flamenco, se presentaron dos licitadores, uno de ellos pariente de Pablo Matute de Vargas cuya familia venía ocupando el cargo por más de treinta años, y el otro fue Raymundo Marres, quien por el buen manejo de la situación que efectuó personalmente el virrey, bajó considerablemente el precio de la amonedación, y sin perder tiempo en calcular costos, gastos ni utilidades se le adjudicó la plaza, comprometiéndolo, eso si, a la obligación de presentar dos meses antes de terminado el plazo de cinco años "una razón jurada de dichos costos y gastos".

 

         Llegado el momento de rendir las cuentas, estas no se hicieron como se propuso sino en base a estimados porque así, explico el fiel, había entendido, y aún con la rebaja que se había logrado de Raymundo Marres, quedó claro al gobernante que quedaba todavía un margen que se podía conseguir a favor de la Hacienda Real.  Por lo dicho, en el segundo remate que efectuó Croix de la fielatura, luego de desestimar las posibilidades de dejar la plaza en manos de la Corona, exigió que el término fuese de dos años, al cabo de los cuales el asentista debía presentar "cuenta jurada de los costos y gastos físicos, efectivos y reales" para así evitar el malentendido real o figurado del año anterior.

 

         Se presentaron como licitadores en este segundo remate un sobrino de Pablo Matute llamado Miguel de Oyague, y Juan Ruíz Dávila quien logró bajar el precio de la amonedación de plata "indistintamente gruesa o menuda" a veintiocho maravedís, y el oro a tres reales.  Los cálculos de Ruíz Dávila estaban tan mal hechos que así lo hizo notar Oyague y el mismo señor fiscal.  Hechas las correcciones mantuvo Ruíz el oro en tres reales y subió la plata a treinta y cuatro maravedís, tras lo cual Oyague mejoró la propuesta, adecuándose a los valores de Ruíz Dávila, pero aceptando que si terminado el plazo de dos años, y no se adjudicaba nuevamente la fielatura, traspasaría los esclavos y las bestias, bajando del "legítimo valor de estas dos especies a trasación" el nueve por ciento, mientras que su competidor solo ofreció reducir el ocho por ciento.  Finalmente el 23 de setiembre de 1789 los jueces procedieron a rematar la fielatura de la casa de moneda de Lima en Miguel de Oyague, poniéndole algunas condiciones entre las cuales, además de la presentación de cuentas juradas, estaba la de acuñar veintisiete mil marcos de moneda menuda al año al costo de 34 maravedís por marco.

 

         Como colofón a la historia del segundo remate de la fielatura debe anotarse que Ruíz Dávila escribió al virrey diciendo que los jueces se habían parcializado con Oyague dándole la preferencia por el uno por ciento que equivalía  a 300 pesos sin considerar que él había ofrecido entregar libre de costo a Su Majestad los molinos y herramientas al terminar el tiempo de su contrata.  Croix consultó a los jueces quienes indignados indicaron que la oferta de entrega gratuita de las herramientas y molinos también la había hecho Oyague, y que las palabras de Ruíz Dávila eran injuriosas por lo que debía una satisfacción.  El virrey, ante lo expuesto, ordenó al acusador, por decreto del 10 de octubre de 1789, que diese satisfacción a los ministros de aquel tribunal, y que en adelante guardase moderación si no quería "el rigor de derecho a los transgresores del respeto debido a los magistrados y jueces reales."

 

 

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[1].- Fuentes, Manuel A. ob. cit. tomo 5. p. 271, 172.

[2].- Ibid.

[3].- Ibid.

[4].- Cuando se despachaba el tesoro a España la ciudad de Lima quedaba con muy poco circulante y gran parte de las operaciones debían ser efectuadas a crédito.  Es por esta razón que se insistía en que la moneda menuda no debía ser enviada a la península.